domingo, 31 de octubre de 2010

7. Falsa Paradoja del Machismo Feminista

(De 13 divertidísimas incongruencias sociales, ver etiqueta...)

De las ideas redactadas en la compilación que me ocupa, esta es la que más trabajo cuesta escribir. ¿Cómo abordar en dos cuartillas un tema con una complejidad del tamaño de la Historia y tan antigua como tal? Polémica de por medio, mi respuesta es simple: escribir lo que alcance en dos cuartillas y lo demás dejarlo para la discusión atropellada. Sin más.

La figura de la mujer en la sociedad ha cambiado mucho, pero es cierto que su movimiento se ha visto siempre como un movimiento subordinado o inferior al del hombre como género. “Como si la mitad femenina del mundo fuera una minoría”, escribió una vez Galeano (me parece) y escribió acertadamente. La discriminación a la mujer es un fenómeno bien difícil de estudiar y de seguir; de opinar y sostener. Si ha de hacerse bien, tendría que ser desde la mujer misma pero pasa algo: el discurso se feminiza y sale más caro el caldo que las albóndigas. Explico.

Siglos y siglos de machismo y discriminación sexual desembocan en el movimiento feminista cuyo discurso, al tiempo, va perdiendo vigencia. La búsqueda de un respeto individual de la mujer como ser humano independientemente de su sexualidad suponía la supresión del machismo como mecanismo idiosincrático dominante: equidad de género. Igualdad de condiciones sociales. Iguales oportunidades basadas en la capacidad de la persona como persona y no en si tiene senos o testículos. Pero el discurso se hizo moda y entonces no se trató de encontrar un “mujer=hombre” en términos sociales, sino un “mujer>hombre”. Discurso estúpido en un sistema todavía (triste: todavía) falocéntrico, por usar una palabra rimbombante tras no querer ser yo quien diga “regido por hombres”.

La moda del discurso feminista comienza por hacerse patente en las mismas ideas de emancipación sexual, pero digeridas en un “soy mujer y no necesito hombres” “soy mujer, autosuficiente y siempre subestimada” “soy mujer y soy un ser superior”… Llegando a lo que personalmente defino como ‘generación Bitch’. Una generación de jóvenes y adolescentes que se jactan de ser perras: de ser mujeres que dominan, manipulan, triunfan por encima de toda opinión sobre ellas, para bien o para mal. En mis tiempos ser una perra era ser una puta. De pronto ser una perra es la onda. ¿Que los hombres pueden andarse tirando a 10 viejas si quieren? ¡Pues las mujeres podemos con 15 pendejos! Al final y para no hacerme el cuento largo, el discurso feminista se deformó hasta perder vigencia por la obvia razón de que fue dejando de apelar a una esencia de equidad sexual y se convirtió en una guerra de juguete. Una competencia innecesaria.

De forma que el fenómeno social de la posición femenina en el sistema social ha vuelto al discurso de equidad sexual por orden natural, dejando solo una estela de feministas confundidas, discursillos gastados y grandes corporaciones haciéndose ricas por la guerra inexistente. Porque los productos que manejen un enfoque de ser parte de la diferencia que te hace a ti, mujer, un ser superior, venden. Y venden bastante bien.

De pronto nos encontramos con las mujeres de esta era: mujeres que ya pueden pensar en hacer una carrera y desenvolverse como parte activa de la sociedad sin tener como prioridad casarse y tener bebés. Mujeres que no solo pueden aspirar a ocupar una parte importante en la dinámica social, sino que de hecho lo hacen por derecho propio y orden natural. Mujeres con voz y voto. Pero siguen, me temo, discriminadas; y el machismo no termina de dejar de operar por muy poco que funcione. Mi postura aquí tiene que ver con el título del presente ensayo.

Lo incongruente del asunto es la paradoja de un machismo feminista donde las mujeres, al ser históricamente discriminadas en la sociedad, exigen equidad y pelean por derechos que las coloquen en el mismo nivel que los hombres. Y ante esto comienzan a darse “grandes pasos” en la búsqueda de equidad sexual: dependencias de gobierno en pro de los derechos de la mujer, asociaciones civiles para mujeres discriminadas, comercios específicos para la mujer, mercados específicos para la mujer, taxis rosas… ¿se alcanza a notar la incongruencia? En mi afán de demostrarte que apoyo la equidad sexual y estoy de tu lado, segregamos tu género en especificidades que te marcan como diferente PERO te dignifican. Tamaña basura. Asociaciones que ayudan a la mujer que es madre trabajadora, hija de familia responsable de sus hermanos o padres. No una dependencia que apoye a una mujer que estudie la Universidad o pretenda hacer algo más que no sea reproducir el modelo de Mujer para lo que las especificidades han sido creadas… No una dependencia que apoye a un individuo tal, cuyo criterio de selección no tenga que ver con genitales.

Fuera de las diferencias biológicas, hablando socialmente, yo creo que las personas por ser personas deben valer. Vomito todo discurso que se justifique en marcar diferencias “porque los hombres (X) mientras las mujeres (Y)” como generalidad. Y mientras no se vomite socialmente la segregación social –tremenda etiqueta- lo único que se está logrando es mantener el discurso de que hace falta un cambio sin procurar siquiera intentar cambiar el enfoque. Es muy simple: no podemos tratarnos como iguales mientras insistamos en repetirnos que somos tan diferentes. Es el feminismo una chaqueta mental fundamentada en un absurdo dominante (el machismo). Lo escribe un hombre que no cree en ninguna de las dos y así sea. Cualquiera de las dos valida a la otra; hace falta parar ya de tanta mierda.

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martes, 14 de septiembre de 2010

¡(Sobre)Viva México!

A más de un año de parafernalia y propaganda nacionalista por motivo del bicentenario, quise esperar lo más posible antes de escribir mi pesimista punto de vista sobre las formas de nuestra celebración. Esperé hasta el mero día, como desilusionado porque a la fecha lo escrito será una repetición formal de lo que se ha vuelto tristemente evidente.
Y es que ¿qué significa ser mexicano? Haber nacido en algún lugar geográfico entre Guatemala y Estados Unidos; así nomás. A quitarse de encima el choro de que el mexicano es cabrón, de que es chingón, de que se burla hasta de la muerte. A quitarse el choro aquel de la solidaridad y de la gente bonita; de la gente luchona que no se rinde, del "sí se puede", del "a tener lo que se deba aunque se deba lo que se tenga". La verdad es que no somos así. La verdad es que el atributo mexicano palpable es el de la cultura que nos ha traído aquí, donde la peligrosidad radica en nuestra alta capacidad para creer en "chaquetas mentales".
Somos solidarios, sí. Pero parece que necesitamos de un temblor que nos parta la madre para serlo y, cuando lo somos, nos podemos revolcar 20 años de 'crema al taco' porque lo fuimos y hacerlo patente de nuestra identidad nacional. ¿Qué queremos celebrar? Ciertamente no dos siglos de autoconvencernos de ser independientes, que si cien años después del primer 15 de septiembre se hizo necesaria una revolución fue porque algo andaba mal; y cien años después de esa mala revolución hay puente de 4 días y "Jetta Bicentenario". Y sin embargo, no importa qué tanto orgullo se haya logrado vender, México puede seguir diciéndose independiente pero no deja de saberse -de sentirse- que las cosas siguen mal. Y si las cosas SIGUEN mal entoces quiere decir que las cosas ESTAN peor.
Mi país es un país que no funciona. Un país donde querer hacer las cosas bien representa, cuando no una imposibilidad burocrática, una imposibilidad general. Es un país de corrupción, es un país de Televisa, un país de pasarse el alto y mentar madres. Es este un país de volarse el cambio, de ensuciar calles y rayar paredes; es un país del año de Hidalgo. Un país que no lee pero publica cada logro en la erradicación del analfabetismo; que sabe menos de impuestos que de escándalos de Lucerito. Donde una guerra entre Gobierno y Narco termina en empate por puro autogol. Lo sabemos porque si algo hay de triste en esta sociedad patria, es el morboso gusto de quejarse de México sin hacer nada al respecto porque nos gusta quejarnos o, en el peor de los casos, porque juega la selección o porque con el otro partido "nos iría todavía peor".
No importa en que "chaqueta mental" decida usted creer para no sentirse herido, la realidad está en todos los días que son y han venido siendo fuera del discurso del mentado bicentenario; fuera de la etiqueta que nos distinga como raza; fuera de la construcción mental del México lindo y querido. En bruto, como sociedad y como nación y como humanos, nos celebramos por mediocres y es un tributo a la insuficiencia y a la mediocridad.
Urge un cambio. Un cambio de actitud. Un cambio de iniciativa que no dependa de la Iniciativa México. Urge un cambio entre la banda con y para la banda. Urge un cambio desde adentro que se está dando y se nota, que algunos lo están (lo estamos) dando. Un cambio donde no haga falta un quince de septiembre para celebrarnos como nación aunque se haga entre colonos. Urge un cambio que el gobierno -a las pruebas me remito- simplemente no puede/no sabe/no quiere dar porque está de inicio mal planteado. Urge una revolución.
Ojalá después de embriagarse y gritar "Viva México" y celebrar se haga presente, como cruda de conciencia. Y ojalá no se quede en "¡ah sí es cierto!", sino que nos toque en vida tener tiempo para celebrar en el día a día algo de genuina identidad. Pero que valga la pena: sin sentir que nos estamos tomando el pelo con la izquierda y brindando con la derecha algo que no sabemos por qué queremos brindar.

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jueves, 26 de agosto de 2010

8. De Piratas, Mojados y Gobiernos Fracasados

(De "13 divertidísimas incongruencias sociales". Ver etiqueta...)
Los discursos sociales llegan y, en su movimiento, fundamentan las ideologías: esas formas de ser y hacer dominantes que determinan a cierta sociedad como diferente de cierta otra. En la acción social hay conductas que se representan como “inconvenientes” para el bien común del resto de la sociedad. Tienden, pues, a ser ilegales. Como el comercio de narcóticos (tabaco y alcohol, ¡oh fortuna!, exentos de la etiqueta), el tráfico de órganos, el asesinato pasional (y otros especímenes de asesinato). Pero también detalles no tan generales como la prostitución, la eutanasia, el aborto, la piratería, la inmigración o cítese-aquí-el-que-se-le-ocurra.

Por contravenir a convencionalismos sociales, las acciones ilegales se asumen como peligrosas (crímenes) y son perseguidas por el orden público para mantenerse a sí mismo. Cosa sana, si nos ponemos a pensar. Imaginemos lo frustrante que debe ser saber que la persecución de los malos del cuento, al sistema, le sirve tan solo en tanto tal: en la persecución y nunca en la reducción o el control del fenómeno. Como si las cosas malas fueran malas nada más para que la gente tenga sobre qué diseñar sus estructuras morales, tenga de qué hablar, tenga algo que querer solucionar. Y de solucionarlo, se acaba el juego y la cosa se pone seria. Nos ponen, pues, a jugar. Porque al Sistema no le gustan las cosas “serias”.

Viene a cuento, por ejemplo, la famosa piratería: distribución ilegal de productos (en este caso películas y álbumes musicales) por personas dedicadas a copiar masivamente y distribuir artículos por encima de los derechos de autor y permisos de distribución. Los dan, por supuesto, mucho más baratos que los originales y cada vez con una calidad más cercana a ellos. ¿Es mala? Digamos que sí: digamos que es un crimen que atenta contra la industria del espectáculo y bla, bla, bla.

Gobierno entonces se encarga de hacerle saber a la ciudadanía que la piratería es un crimen que se castiga con muchos pesos de multa e incluso alcanza prisión. La piratería es un delito entonces, está mal comprar películas piratas porque (aludiendo a la más barata y ridícula propaganda cursi y mocha) “las películas piratas se ven mal, pero tú como papá te ves mucho peor”. Chale, al menos pudieron hacer una campaña manipuladora menos pedante que el involucre de la imagen paterna… ¡pero funciona! ¿Funciona?

Siempre he defendido la idea de que en la educación de la sociedad está el cambio. Si se quiere acabar con el narcotráfico, conviene iniciar con educar a los compradores potenciales en vez de cazar a los distribuidores minoristas o mayoristas. Aunque el narcotráfico es tema de otro ensayo, úsese para ampliar la perspectiva del tema: en vez de tratar de controlar la adquisición de drogas, se quiere castigar su distribución. Matanzas, decapitados, ajustes de cuentas, miles de curiosidades que le dan en la madre a la inocente sociedad civil de por medio. No ha funcionado. Con la piratería se intenta lo contrario: el que está mal, el delincuente, eres tú: comprador de piratería, consumidor irresponsable. Controlemos el flujo de piratería educando a los compradores. Ok, cierto es que conviene modificar los mensajes con los que pretenden abarcar el problema, porque “tenemos un papá pirata” o el anuncio del cuate al que no le reciben su currículum por tener una peli pirata… bueno, no convencen del todo. Al menos no a su servidor y a otros con más dedos de frente.

¡La cuestión es que hay puestos de piratería en las calles! Personas del comercio informal que pagan sus impuestos y las rentas de un local que se dedica a exhibir y vender piratería. Y aunque el gobierno nunca cesa en su discurso de decir que la piratería es un crimen y que daña la sana estructura de una sociedad civilizada, pues tampoco parece poner mucho de su parte a la supresión del libre ejercicio de la ilegalidad en público. Gobierno incoherente para sociedad incoherente.

Multiplicado por miles, la inmigración es un fenómeno semejante. Abandonar tu país y entrar sin permiso en otro es traición a la patria. Estrictamente hablando, un indocumentado (¡ojo con el término!) perdería sus derechos de ciudadanía en el país que abandona y violaría la soberanía del país al que se cuela. Por eso se les dice “ilegales”. Y es –era, debía ser- un delito. El control de la inmigración es un fenómeno raro. Gobierno dejó de perseguir al delincuente, lo llamó paisano, y vela día y noche en las agendas del Ejecutivo por controlar dignamente el fenómeno de la inmigración. Que los dejen pasar sin hacerles daño, paisanos, que no se las armen tanto de tos. No sea así con un cabrón guatemalteco tratando de pasar a México, porque Migración acude a sacar a esos delincuentes parasitarios del suelo nacional a toda costa. En el sur está mal visto, de aquí pa’l norte está bien…

¿Por qué? Pues porque esos delincuentes mojados mandan dinero a México. Porque el comercio informal, aunque sea ilegal en ocasiones, hace que el dinero fluya sin consumir recursos de producción. Porque al gobierno le conviene. Entonces lo incoherente es seguir insistiendo en el discursito de la peligrosa ilegalidad donde, si uno se sienta a escribir en torno a tal, el gobierno solo termina apareciendo como incompetente en el control y fracasado en el intento. Frustrante ir jugando a tener crímenes que se yerguen como males necesarios, que se representan como “Guatemala” ante “Guatepeor”. ¿Pero qué hacerle? ¿Sigue estando mal, o el que está mal es uno? Las cosas que hay que ver…

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jueves, 5 de agosto de 2010

Hacia una filosofía del desapego II

Dice Gerardo Aldana Martínez: “lo primero que hay que erradicar de nuestras mentes es la idea, extremadamente arrogante, de que somos el centro del cosmos. Los humanos existimos como una más de las múltiples formas vivientes que han hollado la faz de la tierra. Al igual que el resto de los seres vivos, pereceremos como especie, así lo revela la evidencia evolutiva. ¿Qué soberbia nos hizo pensar que somos para siempre?”

Aunque en su contexto original la cita (de un artículo que publicó en Algarabía de Julio 2010) versaba sobre el ambientalismo y tal, la idea me resultó encantadora para la filosofía del desapego que tanto me atrae. Y es verdad: de las millones de formas de vida conocida que existen y han existido en este planeta, pareciera que el ser humano es el único que insiste en creerse con el derecho (a ratos hasta con la obligación) de ser para siempre.

Porque sigue siendo una cuestión antropocéntrica brutal, en tanto se insiste en no escribir sobre el “fin de nuestra especie” sino sobre el “fin del mundo”. El día que el ser humano se extinga, deberá ser porque el mundo entero – el universo entero – así lo haga. Nos resulta inconcebible que la vida pueda seguir sin nosotros y aún más: hemos tenido que inventar la vida eterna, algo más allá del episodio terrenal en que vivimos, ante nuestra insistente necedad de perdurar pese a todo.

No es tan difícil trasladar el asunto de lo general a lo particular, ya no como especie sino como individuos interactuando sobre una concepción determinada de la vida. Conceptos que se me ocurren: conservación de la especie, instinto de supervivencia, apego a la vida. Del último me ocupo en esta ocasión.

No es sencillo desapegarse de La Vida. Como en el escrito anterior sobre el tema ya lo había puesto en claro, desapegarse no significa desprenderse o sentir indiferencia hacia algo, sino entender que es un algo finito y que se acaba y punto. Disfrutar, dejarse afectar por lo que en el proceso de estar a desaparecer pueda pasar, podría ser el fin último de una filosofía del desapego.

Contrario a la noción religiosa (escribiría “católica” pero me parece que más religiones comparten esta noción) en que la vida terrenal es solo un puente con una Vida Eterna que hay que merecer y por la que hay que padecer en un mero acto de fe ante lo desconocido, este desapego sugiere que la Vida hay que vivirla mientras dura, por lo que dure. Como llegó se irá, se está yendo (uno comienza a morir desde que nace), y si después sucede o no cualquier cosa ya no es asunto nuestro. Tal vez sea demasiado frío tratarlo de entender cada quien sobre su propia vida, pensemos entonces en el apego a la Vida de los otros: los que desarrollan un vínculo personal con cada uno.

Esa gente con quien se genera una relación de estima, empatía o emociones varias; con quien se tiene un vínculo significativo como los amigos, los hermanos, los esposos, hijos, padres, hasta los profesores o conocidos que de alguna manera significan algo para un individuo. Desapegarse a ello, entender que son finitos y se acaban –acabarán- y punto. Sigue sin ser fácil, pero es más comprensible que entrar directamente a tratar con la vida propia. La muerte llega y termina la vida; la Vida sigue. “Los que nos quedamos” lloraremos al difunto, velaremos por él, le pondremos monedas en los ojos, lo quemaremos en un bote en el río, o lo que la tradición dicte. Lo extrañaremos. Pero es importante hacer tangible un desapego porque quedarse en el rito fúnebre, o en las emociones propias de un rito fúnebre, no ayuda a nada sino a hacer que ‘los que nos quedamos’ nos quedemos muertos en vida.

Y sin llegar a la muerte, porque si yo estoy escribiendo esto y usted lo está leyendo entonces ninguno de los dos la conoce realmente, el apego a las personas es análogo en toda relación. Perder a un amigo por circunstancias determinadas, terminar con una pareja, un matrimonio, despedir en el aeropuerto al amigo de la infancia… sigue costando trabajo dejarlo ir. Lo usual para la filosofía de este Sistema es apegarse, aferrarse, padecerlo. El miedo a la Soledad es la fobia con más patrocinadores en el mercado, la idea de que somos seres incompletos y NECESITAMOS a otro para completarnos (base de la concepción del Amor que sigue rigiendo al mundo) no te prepara para desapegarte de las cosas materiales, de la materialidad de esas cosas que nos hacemos llamar personas.

Es un miedo infundado. Basta con apreciar a la Vida por sí misma; basta con dejar que la relación con las personas afecte como debe afectar, lo que deba afectar, sabiendo que terminará y, cuando termine, no pasa nada. No quedarse llorando la muerte de Fulanita en luto de por vida, ni dejar de creer en el amor o maldecir a los hombres porque la relación falló; ni tomarse en serio lo de “el amor de mi vida” con cada nueva relación. Vivir es más que suficiente. Entender esto es una cosa; practicarlo, otra. Lamentablemente no hay otra manera más pura de entender el desapego que entenderlo desde aquí.

Paremos pues de sufrir. Vivamos tantito sin tanto desmadre. La ventaja es que aquí sí es inevitable: con las cosas materiales, inanimadas, el desapego se siente mucho más voluntario. Pero con las cosas vivas, la Vida funciona y punto. Aunque no quieras desapegarte tendrás que terminar haciéndolo (“estaba en Dios” o “solo Dios sabe por qué hace las cosas” es el reconocimiento de esta realidad que se escucha en un funeral, por ejemplo) porque aquí la Vida te lo quita y sólo dependerá de ti qué tan pronto puedes asimilarlo como lo natural que es el juego. Ella se desapega de ti, tú nomás puedes ver cómo te lo tomas. La opción A es leer lo escrito y pensar “loco pesimista”. La opción B la sobreentiendes, si te pones a pensar.

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miércoles, 28 de julio de 2010

9. La Universidad es para los Caballos

Uno puede, gracias al ejercicio de nuestra libertad de expresión, manifestar sus opiniones y argumentos sobre cuánta cosa le venga a bien hacerlo. Incluso (y para bien de muchos) uno puede expresar sus opiniones, la expresión más baja del pensamiento, pese a no tener conocimiento pleno de las cosas de las que está hablando. Un servidor abusa de ese recurso en numerosas ocasiones, apelando también a la facultad de que el conocimiento pleno no siempre es necesario para que lo dicho diga algo, o algo signifique. Sobre todo en materia de ciencias sociales, en que la subjetividad de los participantes permite un rango más amplio en los criterios para manifestar las particulares ideas de la dinámica social. Es decir: cada quien tiene derecho de entender al mundo de cierta manera de acuerdo con las construcciones mentales que del mundo haga y, sean cuales sean, tiene el mismo derecho a expresarlas.

Pero hay ideas que por convencionalismo social se arraigan en las sociedades como su esencia; y cuando uno manifiesta opiniones adversas al respecto, se sabe (porque se sabe) que puede estar metiéndose en líos. No es lo mismo, digamos, hacer una crítica contra los inútiles programas de “bacheo” que el gobierno realiza inflando presupuestos al borde de lo asqueroso, que realizar una crítica de la igualmente ridícula estructura familiar de la sociedad mexicana. Al hablar de la Familia, la respiración se contiene un instante. El instante en que sabes que estás tocando cosas a las que tienes derecho de tocar, pero que no deberías. Autocensura social tácita; que aunque sea un tema harto interesante, no es de lo que este ensayo trata. Sírvase tan solo de introducción.

La educación en nuestro país es otro de esos temas de cuidado. Me explico: no es un secreto para nadie que la mayoría (por no decir todas) de las problemáticas sociales –corrupción, contaminación, vialidad, delincuencia y etcétera – devienen de un problema de la educación, su regulación e implementación por el propio Sistema. Hablar de las reformas que el sistema educativo debería tener para representar un impacto positivo en el devenir social es un tema recurrente y hasta cierto punto sencillo. Basándose en la premisa de que la educación es siempre necesaria. Contradecir esta última idea es meter la lengua al fuego; o la letra como es mi caso.

Uno debe estudiar el kinder, la primaria, secundaria y preparatoria (o bachillerato) para considerarse que tiene los estudios básicos. Mínimo necesario. Y nos brincamos el gran párrafo que hablaría de los pormenores que hacen de esta educación básica una mala inversión desde su programación y operación, para pasar a la educación “superior”: el meollo de esta indagación.

Después de la preparatoria se sigue la Universidad. La carrera para obtener un título de licenciado, ingeniero, arquitecto o tal. El primer problema es que en este país la noción es que INMEDIATAMENTE después de la preparatoria se DEBE acceder a la Universidad. Más letras al fuego: en un país donde la estructura familiar parece estar diseñada para criar parásitos y no entes productivos, el nicho familiar se transforma (en un buen número de casos) en un microcosmos insuficiente para ofrecer al individuo una perspectiva real de su orientación vocacional. Un gran número de estudiantes de bachillerato llegan a tercer año con la obligación de elegir una carrera aunque no tengan en claro su vocación porque (puede ser): a) no tienen en claro al mundo ni su función en el mundo fuera de las paredes hogareñas y lo que éstas le han dicho al respecto; o b) presión de los padres, herederos de la carrera de sus padres, y a su vez y a su vez… y basan su estudio vocacional en sus gustos y talentos, sus aficiones y demás, sin contemplar el espectro social en que opera cada carrera; y en fecha límite ingresan a la Universidad. Segundo problema –luego entonces-: altísimos índices de deserción escolar.

¿Qué tal un modelo europeo, en donde el estudiante al terminar su educación básica se toma un año sabático para viajar o conocer el mundo, y su ingreso a la Universidad se da cuando de verdad el individuo está conciente de su vocación y su función social?

Eso en tanto al momento de entrar a la Universidad. El momento de salir, amigo lector, es donde aparece la parte inusual del conflicto. Se sigue pensando que un título universitario representa una ventaja competitiva en la búsqueda de empleo. Y actualmente (a los hechos me remito) eso es una falacia. ¿Por qué? Porque en este país CUALQUIERA PUEDE SER LICENCIADO. Con 4 años de media chinga, suficiente dinero para pagar una escuela y un poquito de suerte, todos pueden ser titulados. Las escuelas son más un negocio que un organismo social, y un título no significa nada a nivel competencia laboral. Tiene trabajo y opciones el que tiene experiencia, el que inició a chingarle en la vida real desde segundo semestre y no el que tiene un título con mención a las buenas notas. El ritmo de la vida es así: los trabajos freelance y la administración del tiempo libre están resultando una mejor fórmula para producir que el modelo de empresa-empleado, tan infame ya. (Y pese a lo que digan Pepe y Toño...)

Conviene saber hacer las cosas, no saber las cosas que se hacen. Conozco en mi círculo social a personas que trabajan estable, ganan fijo y ganan bien (o ganan mejor), y muchos a penas tienen la prepa. Uno de esos amigos sentenció un día el título de este ensayo. Nunca me explicó por qué; tal vez ni siquiera él sabría por qué, pero me puso a pensar. Y a escribir. Y a pensar un poco más, sin contener el aliento.

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domingo, 4 de julio de 2010

10. Que le llaman Autoestima

(De 13 divertidisimas incongruencias sociales. Ver etiqueta...)
El cristal con que miro la Vida cambió (para ser lo que es ahora) desde el preciso momento en que me familiaricé con el concepto “sociedad de consumo”. Entonces la sociedad y su movimiento perpetuo, que siempre en la experiencia me ha parecido un movimiento absurdo y acelerado, empezó a tener sentido. Sentido, claro, a partir del consumo mismo; lo que para mí sigue siendo ridículo pero – mire qué cosa – enormemente interesante y a ratos hasta divertido.

Porque es innegable que la “sociedad de consumo” ha definido el ritmo de la vida y la gente. Es un sistema que infiere en la cultura de las personas, en su arte, su ciencia, su religión… y nadie puede hacer nada para solucionarlo porque, de hecho, no hay nada que solucionar. Es el ritmo natural de la dialéctica histórica. Baste con observar y apuntar anotaciones cotorras de los fenómenos que produce para saber sortearlos de la mejor manera. Y basta ya de introducción, pasemos a lo que sigue.

Hace apenas algunos siglos, la adolescencia no existía. Los seres humanos pasaban de la niñez al estado adulto inmediatamente, sin tener que sufrir la etapa de trastornos de la personalidad que actualmente tanto cuidamos: los reyes eran reyes desde los 12 o 14 años (recuerdo: no soy historiador ni psicólogo, nada más escribo para llegar a un punto; así que evitemos los purismos y las reclamaciones innecesarias) y las mujeres se casaban también de esa edad aproximada. El promedio de vida podía ser de 30 o 35 años. De modo que la adolescencia se inventó en fechas relativamente recientes, podría ser desde el XIX, habrá que documentarse…

El punto es el mismo: las sociedades se mueven y crean la adolescencia con todos sus atributos y pormenores. Hay gente en comunidades rurales (todavía) en que una niña de 14 años es perfectamente capaz de realizar labores domésticas, cuidar a su familia, su hogar, su tierra. Incluso, son perfectamente capaces de soportar condiciones climáticas inestables, o parir y criar a sus hijos. Y son felices… hasta que se les pone en comparación. Porque hay sociedades urbanas (muchas todavía) en donde una niña de 14 años es un ente indefenso ante las adversidades del mundo que necesita trato especial: toallas sanitarias especiales, jabón para los barritos, ropa de cierto color para el verano o para el invierno, shampoo teen, tenis teen, cine teen, fiestas teen, celular teen… porque las adolescentes aquí están en una etapa de su vida en que no están preparadas para vivir. Hay que hacerles un mundo teen.

No uso a “las” adolescentes con exclusividad. El fenómeno es el mismo para “los” adolescentes, y de hecho a lo que el punto desemboca es igual para adolescentes, niños o adultos. ¿En qué punto la niña rural de mi ejemplo no puede ser feliz? En la comparación, claro, con la niña urbana del mismo ejemplo. La que vive en TeenWorld es más feliz porque la sociedad de consumo se lo ha permitido. Y para ello, se inventó una palabreja que funciona como axioma en la vida moderna: le dicen “autoestima”.

Puede que una niña de 14 años en el pueblo pueda sonreír a pesar de tener que trabajar el campo cargando a su bebé y checando la comida para cuando llegue su marido. Pero no es feliz ¡oh no!, no puede ser feliz porque tiene 14 años, y a esa edad uno no debería ser mamá ni esposa ni trabajadora del campo. Cuando le expliquen, seguramente se dará cuenta de lo terrible que es su existencia y sentirá la necesidad de cambiar su estilo de vida para mejorar su autoestima.

¡Y esa es la trampa por fin! La sociedad de consumo se vale de la noción de ‘cuidar el autoestima’ para perpetuar su existencia. Para que puedas cuidar tu autoestima, primero debes sentir tu autoestima dañado. Y lo dañan porque es necesario que lo arregles. Así, un bombardeo de ideas y productos se mueven entre nosotros para recordarnos que debemos ser felices y sentirnos bien con nosotros mismos, PERO no podemos ser felices ni sernos suficientes. Se trata de buscar la manera de intentarlo, pero está prohibido lograrlo. Porque de lograrlo, ya no necesitaríamos comprar el deportivo que nos hará sentirnos mejor que el carrito que a penas tenemos, ni será necesaria la cajita feliz de McDonals, ni habrá por qué bajar esos 10 kilos que te faltan para ser la Barbie que siempre te han dicho que has querido ser. Tu novio o novia están bien, funcionan. Pero para que sea Amor, lo que se dice Amor, debe ser como Edward Cullen o Princesa Disney. Si no es perfecto como los modelos enésimamente repetidos por el sistema, entonces cuidado: estás incompleto, tu autoestima corre el riesgo de ser pisoteado.

Y si no, si tu autoestima está bien incluso al margen de los preceptos del consumo y sus maravillosos inventos, entonces se debe a que tienes algún desorden mental, una anormalidad social; o de plano es porque eres conformista: uno de los peores demonios que persigue esta sociedad emprendedora. Juegan con tu desarrollo vital de la misma manera en que se juega, por ejemplo, con la noción de “calentamiento global” (la nueva primicia en la onda de la manutención de la sociedad de consumo). ¿O no es incongruente que se les den premios sociales a las empresas grandes que apoyan las campañas de reciclado y cuidado al medio ambiente? Las mismas que se encargan de llenar de botellas la ciudad. Un montón de basura que, por ser reciclable, se gana los aplausos de sus consumidores, todos ellos a la vanguardia en el cuidado ambiental…

Yo creo en la aceptación de la Vida y de uno mismo y de todos los demás. Por mucho que insistan, no creo en lo que llaman “autoestima”. Ya es cosa de cada quien.

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jueves, 17 de junio de 2010

Ser adolescente

Ser profesor de secundaria es el mayor placer que mi vocación me ha dado. Tener enfrente de mi discurso a hombres y mujeres en una etapa de su vida tan decisiva y tan trascendente sobre el presente que les espera, el que de algún modo depende de ellos.
Me encanta, pues, trabajar con adolescentes. Porque me encanta observarlos, ir descubriendo de qué diferentes maneras el mundo los va a corromper.
Porque los adolescentes tienen la cabeza llena de cosas que ya reconocen como válidas, pero que desconocen por completo. El espíritu mesiánico de querer cambiar al mundo, de creer - pero a manera de certeza, no de fe - en causas a veces hasta utópicas. En algunos casos, idealizando escenarios probables de ecología, arte o política; en algunos otros, experimentando con la apatía, los gadgets, o los balones de fútbol. Resulta increíblemente interesante ser testigo de la forma en que sus cabezas se abren al experimentar el mundo, de como sus ideas e ideales van mutando al ir desnudando a la Vida, al introducirse lenta y orgánicamente al Sistema Social (así con mayúsculas...)
Entonces sus ideas se van desmoronando. Comienzan a frustrarse, a entender que salvar al mundo toma más tiempo del que les enseñaron a pensar, que los roles sociales se han diseñado para perpetuar ciertas dinámicas de incomunicación. Comienzan a ver que no es suficiente ser bueno en el futbol para ser futbolista, ni que es tan importante desarrollar talento para entrar a Televisa. El mundo (porque así está diseñada la Vida, así opera el crecimiento humano) les va cambiando el color de los lentes hasta que terminan por desaparecer, y el mundo entonces es mucho más grande. Y mucho más difícil. Y mucho más rápido. Y mucho más mundo.
Entonces, según he observado, pueden pasar tres cosas cuando el adolescente termina por crecer: se suma a los numeros que engrosarán las listas de estadística de estrés, depresión, obesidad o suicidio; que curiosamente son las mismas listas que miden la felicidad de ser totalmente palacio, ingresos, impuestos, éxito y calidad de vida en la gigantesca sociedad de consumo. Esto sucede mucho, muchísimo, y es por eso que las otras dos maneras de corrupción se vuelven una alternativa.
Están los que no terminan por alterar sus ideales adolescentes, sino enfatizarlos y volverse reaccionarios. Votan por seguir a contracorriente. Son tremendamente peligrosos para el orden establecido, y son (por supuesto) los que suceden en menor porcentaje. Los etiquetan de "locos", "inmaduros" o "rebeldes" en su contexto, pero son los que terminan por llamarse Ghandi, Martin Luther King, Nelson Mandela, Ernesto Guevara y miles más que nunca salieron en un periódico pero que provocan cráteres en la sociedad; aunque sean de corto espectro. Sin embargo, insisto, siguen siendo minoría.
Son superados por otro orden que parte de la misma idea, pero que es controlado a tiempo por el orden establecido, dada su peligrosidad. Entonces se generan individuos tibios, snobs y pseudointelectuales; o bien reaccionarios freelance, apáticos y adictos a la disfunción narcotizante. Admiradores idólatras de los "locos" del párrafo de arriba, fanáticos. Artistas pretenciosos o críticos de closet, que no proponen nada porque con estar en contra es suficiente. Son los punk que se visten y se saben su discurso contracultural, pero que trabajan en McDonalls medio tiempo.
Y esos desenlaces se obtienen después del proceso de ser adolescente. Ser educador supone ser parcialmente responsable de las cosas que en el camino el sujeto va a adquirir para respaldar las experiencias que le darán forma al crecer. La educación, sin embargo, está adminstrada de tal manera que esas herramientas que los educadores han de dar, a manera de cachetadas disimuladas de la Vida, sean herramientas orientándose a generar ciudadanos que quepan, y jueguen, en el orden sociopolítico dominante. Que caminen para el lado en que está caminando el mundo, por los intereses que sean y de quien sean, incluso si no son de ellos mismos.
Y ante tal panorama, en que como educador debes trabajar sobre discursos prefabricados y "avalados" por la escala moral y las buenas costumbres, uno no puede más que tratar de entender las causas por las que la corrupción de los espíritus adolescentes le dan continuidad al mundo sobre el que los adolescentes de la próxima generación tendrán que disernir. Cierto es que a veces me gusta tomarme la licencia de cambiar el discurso de las ideas con que puedo impactar a algunos alumnos, o a alguna persona cualquiera, como si diera una cachetada al aire sin querer que golpee a nadie; y siempre quien esté preparado en ese lugar y tiempo para recibirla, pondrá la cara en el trayecto.
Y es lo hermoso de trabajar con adolescentes: estar ahí para formar parte - como espectador o como influencia o como conocido - de la corrupción de sus ideales para su futuro impacto en el mundo, un mundo que no deja de apasionarme.

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domingo, 13 de junio de 2010

11. Fábula del Peatón Agradecido

Esta es la ciudad, y se divide en conductores y peatones. Los unos, medio forzados por las distancias y los tiempos cada vez más superpuestos al orden del caos que hace a la ciudad Ciudad, se ven en la necesidad de tener un vehículo automotor que facilite las cosas. Los otros, aunque quisiéramos, no llevamos auto.

No es fácil para ninguno de los dos “especímenes” el movimiento constante y fluido en la orbe. Conducir un auto, de repente, saca lo peor de uno mismo: el tráfico intenso, los semáforos caprichosos, los oficiales de tránsito que fastidian más de lo que ayudan, las manifestaciones, los embotellamientos, el estúpido de enfrente que no arranca lo suficientemente rápido cuando le dan el verde y se hace acreedor a una serie de silbidos de claxon; los camioneros haciendo abuso de poder, las estacionadas en doble fila, los que dan vuelta desde el carril incorrecto, los limpiaparabrisas necios, los baches, los mecánicos rateros, los rateros en general, los autos más rápidos que te retan a arrancones y ponen a prueba la virilidad propia, y todo lo demás. Todo se vuelve estrés y más estrés para los conductores, y las calles se saturan de mal humor y cláxones desenfrenados.

Y los peatones: pues lo mismo, pero desde abajo. Y además de lidiar con todo ello, también lidiamos con el conductor estresado multiplicado por millones.

Vamos a ser muy claros: tener un auto no te hace ni mejor ni peor ciudadano. Es decir que peatones y choferes tenemos el mismo derecho de emplear el espacio público en igualdad de condiciones. Sin embargo, para quien va sentado tras el volante, le parece evidente que tiene más derechos o (de hecho) más poder sobre los otros tantos que no lo tienen. Incluso a veces sobre los que tienen otro auto menos potente, grande, bonito o caro. La realidad es que el estrés y el caótico día a día de las calles de la ciudad se origina en la falta de educación vial. Los automovilistas no parecen estar dispuestos a respetar una regla intuitiva de civilidad básica, fundamentada en el respeto (mínimo necesario) y el sentido común. Pero eso es algo ya decidido, algo que todos sabemos (lo que me causa risa, ya entrado en materia, es darme cuenta que todos nos damos cuenta de ello y la acción más recurrente es simplemente decirnos “chin, sí está del asco” y seguir padeciendo diario). La parte que encaja en esta serie de Incongruencias viene precisamente de lo mismo pero desde el otro lado: la falta de educación vial de los peatones.

El vehículo es el peligroso. Si uno pasa tranquilamente por la calle y un conductor irresponsable decide acelerar para ganar un amarillo tardío, el riesgo de daño entre tu cuerpo y su defensa (inclusive que su posterior proceso legal) no es equiparable. Sale perdiendo el peatón. Pero hay una opción: cruzar por el paso de cebra. Para aquellos peatones que acostumbran ahorrar tiempo cruzando la calle por donde se deje, el famoso “paso de cebra” es como se le conoce a ese espacio en las esquinas de las calles que están pintados con diagonales y nada discretas líneas amarillas o blancas, y que tienen por finalidad establecer un espacio por donde el peatón debe cruzar tranquilamente sin riesgo de ser atropellado por un conductor distraído.

Ahora bien: si los automovilistas respetaran el paso de cebra, la cosa tendría sentido. Pero la fábula del peatón agradecido es un fenómeno más bien general. Un tipo pasa por el paso de peatones, y un auto se detiene justo detrás de la línea. El peatón pasa frente al vehículo y, con una característica mueca con la mano (palma arriba, casi de frente a la cabeza, inclinada levemente hacia arriba al tiempo que la cabeza se agacha sencillamente) agradece al automóvil su cortesía. ¿Por qué agradecer al conductor algo que debería hacerse por un mínimo sentido de civilidad? Valdría la pena agradecer a un vehículo que se frena a punto de volverte mermelada por cruzar una avenida desde el centro, toreando al destino como suele hacerse de este lado del mundo (del otro no sé). Pero agradecer a un vehículo que de por sí tendría que respetar el paso peatonal – PEATONAL, de peatón, el que no tiene auto – habla de que la educación vial no solo no es acatada por los automovilistas, sino que además es nulamente exigida por los peatones. Y eso es lo peor del asunto.

Pareciera que el peatón agradecido es un ente que se mueve por la ciudad gracias a que los vehículos y sus conductores se lo permiten. Cruzas la calle por que te dan permiso, viajas en la ruta X porque el chofer te está haciendo un favor, no te han atropellado porque tienes mucha suerte, o porque te han tocado conductores benévolos. Pero no es así. No es así. La educación vial también es cuestión de los de abajo. Si el chofer del microbús va manejando cual cafre, debemos entender que no nos podemos quedar callados y decir “ni modo”, porque no nos está haciendo un favor. El transporte público es un servicio que pagamos por usar, y tenemos el derecho de exigir que se de un servicio adecuado. No agradecer a quien te da el paso en el cruce peatonal, antes exigir que el que rebase la línea no invada el espacio destinado al peatón. Eso es educación vial, y no se va a reflejar hasta que los que estamos en desventaja empecemos a exigir que se refleje.

No soy idiota: sé que no es fácil reeducar a todo el sistema vial. Solo sugiero que, como peatones, aprendamos a respetar la vialidad y – después – exigir que seamos respetados en la misma medida. Nada de ser agradecidos con los otros, nada de decir “chin, sí está del asco”. Se trata, como se dijo al principio, de ir igualando condiciones.

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domingo, 6 de junio de 2010

12. Todos Somos Michael Jackson


Carencia de memoria histórica”. Con este diagnóstico se condena al cotidiano de este país de genios y bufones. No es un secreto para nadie y, lo peligroso, es que de a poco esta noción de “memoria histórica” se acerca peligrosamente a un concepto que se pone más y más de moda entre los habitantes de por-acá, amenazando con reducir el riesgo de su implicación social para ser usado indiscriminadamente por las mayorías (esas, esas precisamente, que son las que forman parte del meollo de la carencia misma).

De la mano del cáncer viene el tío Mainstream Media: ese tentáculo horripilante que hace, dice y calla los contenidos a los que nosotros, ciudadanos medianamente responsables y tal, tenemos o no acceso. Una enorme jeringa de “ablandapendejos” que provoca la amnesia histórica de a poquito, y que además no se cansa de hacerlo; y que además puede presumirlo. Y por incongruente que parezca o sea, a pesar de saberlo, lo toleramos. Y a pesar de tener que tolerarlo ¡pareciera que lo pedimos a gritos!

Y para no atorarnos bocados demasiado grandes, desmenucemos platillos pequeñitos para ver de qué manera funciona: funciona lo que vende, se vende lo que la gente compra y lo que no compra porque no funciona, se vende de todos modos. Todo es cosa de impactar a suficiente gente con suficientes repeticiones de mensajes determinados durante suficiente tiempo y ¡Voilá! De pronto todos somos Michael Jackson.

¿Michael Quién? Jackson, ese Peter Pan negrito que a costa de irse al diablo se quiso volver blanco; y que además bailaba que daba gusto y hacía espectáculos monumentales. Un tipazo, Michael Jackson. Pero de pronto, como suele suceder, la farándula se hace más grande (y más pálida) que el artista y ¿cómo decirlo?... Pues todo por servir se acaba. La era de Jackson pasó, la música y el mundo decidieron seguir girando y al buen Michael no le quedó más que seguir existiendo en los tabloides a partir de los esporádicos escándalos que pudieran ocurrir de vez en vez (a ratos por la Vida misma, y a ratos por el excelente equipo de publicistas que este tipo de artistas llegan a conseguir). Y se vuelve uno carroña, verdad de Dios.

Se pronunció la palabra “pederasta”. Y cual buitres, los tentáculos del Mainstream devoraron hasta hartarse. Y se provocaron el vómito y siguieron tragando hasta hartarse de nuevo. Todos los medios especularon, se hicieron entrevistas, reportajes: Michael Jackson era la peor escoria que el espectáculo podía heredar a la inocente sociedad civil. Y Jackson se volvió otro emblema más del diablo. (Cuando se quiso redimir, tuvo a bien enseñar a su bebé a la prensa… desde un balcón. Y va de nuevo…)


Punto y seguido. De entonces a hace escaso tiempo, lo que quedaba de Michael era la buena música que dejó y el estigma del desnarigado pederasta en parodias televisivas y cinematográficas. Años y años de ser parodia y tabú. Y de pronto, por su propio bien ¡se muere! Y los medios, los mismos (los mismos pero los mismitos) que años antes habían devorado las entrañas del escándalo, ahora lo elevaban al nirvana. “¿Pederasta? ¡¿Cómo creen?! ¡Si era un santo! Sí le gustaban los niños, pero no en el mal sentido…”

Y de pronto, meses enteros no se puede hablar de otra cosa que del sensible fallecimiento de este héroe moderno: reportajes, entrevistas, especiales… incluso (¡hay que ver!) una película romperecords en los cines del mundo entero. Jackson volvió a ser lo que era, pero inmaculado y exonerado de toda mancha original por los mismos que, años antes, no cesaban de ensuciarlo. Sus videos en Youtube alcanzan más de 4 millones de visitas en tan solo 3 días desde su muerte. Los niños de México, que tal vez nunca habían sabido nada de él por las distancias generacionales, de pronto están cantando Beat It y coleccionando los 4 álbumes conmemorativos (álbumes de estampitas, no nada más producciones discográficas) a la muerte del “rey”.

¿Y qué tiene que ver Jackson con México? ¿Por qué nuestros jovencitos lamentan con tanto fervor y devoción a un fulano que no pasa de ser un talentoso artista (eso es indiscutible), aunque no tenga nada que ver con su contexto? Todos somos Michael Jackson. Y no es un atentado contra “el rey”, sino contra los jóvenes que hacen parte de los medios. No contra los medios, sino contra quienes los validan. Porque funciona. ¿Por qué funciona?

Gloria Trevi está trabajando en Televisa, la empresa que no se cansaba de despedazarla en el clan Trevi-Andrade. Sus revistas de chismes y sus programas le dedicaron joyitas de mierda cuando era necesario sobajarla; y lo hicieron hasta los límites del absurdo. Por ahí se decía que tenía vínculos narcosatánicos (¡madre de Dios!) y enterraba fetos y hacía abortar a sus inocentes jovencitas victimadas en honor a la fama. Y de eso ya no nos acordamos (muchos jovencillos ni siquiera se enteraron) porque ahora los mismos medios la ponen en el radio y los otrora detractores corean en los antros las melodías de Santa Gloria Trevi. Paco Stanley y su patiño, Colosio, Britney Spears, Mario Marín, personajes varios... ¿por dónde habría de seguirle?

La memoria de este país es como de plastilina, así de moldeable. Actualmente, todos somos Javier Aguirre (algunos son Moreno Valle o López Zavala) y vamos tratando de ser un México orgulloso de su bicentenario bajo el eco imperturbable de un himno nacional que a mí me sigue sonando a Thriller… no sé bien por qué.

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domingo, 30 de mayo de 2010

13. Las Nalgas contra el Xbox

(De "13 divertidísimas incongruencias sociales". Ver prólogo en la etiqueta "incongruencias")

Érase una vez un profesor de una escuela primaria privada (no sé, digamos: yo) que en una clase común y corriente con niños de 3er año comete el error de decir en voz alta la palabra “nalgas”.

Acto segundo: la voz se corre como fuego en línea de pólvora: “¡el profesor dijo “nalgas” en una clase!” -> “¡El profesor dijo que los niños nalguearan a las niñas, y lo hicieron” -> “¡El profesor nalgueó a una niña!”… (oh sí: suena ridículo, pero así fue como sucedieron las cosas, y es verídico)

Tercer acto: una fila de madres de familia, incluso aclarado el meollo del asunto, presentan sufridas quejas con la prestigiosa escuela y su irresponsable profesor de teatro. Les resulta inconcebible que un patán del tamaño de su seguro servidor sea el encargado de educar y formar a sus retoños. ¿Cómo puede un ente tan despreciable estar enfrente de un grupo de niños (que son el futuro del mundo)? ¿Cómo estar tranquilas como madres sabiendo que dejan a sus hijos en manos de un individuo de tan pocos escrúpulos? Es peligroso. El profesor es peligroso: dijo “nalga”, y eso no se hace porque trastorna a los pequeños, los puede traumar, les arruina el dulce y meloso sabor a inocencia de su tierna infancia.

Suficiente sarcasmo. A los hechos de nuevo: sí, dije NALGAS en un salón de 3º. Y sí: no debí haberlo hecho, mucho menos siendo el profesor encargado. No es correcto. Sin embargo, insisto en pensar que la reacción fue exagerada. Y escribo lo que aquí escribo porque lo vi de frente: en verdad las madres de familia se presentaban con preocupación y enfado verdaderos. De verdad creían en la fatalidad del caso de una manera inusitada, de verdad preocupadas y hasta angustiadas, movidas por un infinito amor maternal que nubla la conciencia de las obviedades. Porque es claro que resulta sencillo ver la paja del ojo ajeno, o para que se entienda mejor: es más fácil ver la culpa cuando viene de terceras personas.

Porque lo que este grupo de mamás responsables y preocupadas por la integridad de sus hijos (sano ejercicio) pasan por alto, son cosas que - en mi mismo rol de profesor de su prole - también me ha tocado ver. El hecho, por ejemplo, de que conozcan y practiquen libremente todas las llaves de los luchadores de la WWE, cuyos nombres conocen mejor que los de los estados del país o los de los niños héroes. O esa tristísima anécdota de tantos alumnitos que pasaron sus vacaciones jugando Xbox. Tristísima por dos razones principalmente: porque pasaron sus vacaciones haciendo exactamente lo mismo que hacen cada tarde; y porque la anécdota te la cuentan con una sonrisa gigantesca.

Vamos, no soy del tipo de los que dicen que la televisión y los videojuegos son inventos del miso diablo y lastiman a nuestros niños. Nada más me resulta irónico el hecho: las madres de familia del cuento que estoy contando son capaces de venir encima de mí cual turba enardecida por el tipo de mensajes que hago impactar en las infantes mentes de sus hijos, mientras que en casa el pequeño en cuestión pasa en promedio 3 horas diarias jugando juegos de violencia extrema y contenido explícito. Tal vez ese tipo de juegos no preocupan a mamá porque no dicen la palabra “nalgas” (o la dicen en inglés, y total que a su edad todavía no entienden el inglés) (o mamá no entiende el inglés y no se ha dado cuenta de la palabra prohibida…) pero el niño está siendo impactado por la importante misión de entrar a una casa llena de zombies y descuartizarlos a balazos de escopeta; o encontrar a sus compañeritos en línea en un campo militar y matar a la mayor cantidad de los mismos. O ser un mafioso en San Andreas o Liberty City y robar autos, matar prostitutas, vender droga y lo que sea necesario para ser el rey del barrio y cumplir las misiones.

“Es solo un juego”. Lo sé. Pocos se dan cuenta de lo difícil que resulta, por ejemplo, que los niños construyan una historia de teatro en clase si se les pide que no contenga violencia. La violencia es parte de su cotidiano, adquirida por películas, programas de TV, videojuegos, Internet, guerras contra narcos (y decapitados en las calles incluidos) y un mundo que está ahí y está así de por sí. Mamá debería prestar atención a los mensajes que en su casa se permiten, que bombardean a sus pequeños en su casa, enfrente de ellas. Las cosas que ven y dicen y hacen mientras mamá está chismorreando de importantes cuestiones con la vecina, o mientras se está poniendo de acuerdo con la mamá del amiguito de su hijo para formar un reclamo importante contra el profesor de teatro.

Se llaman Nalgas. Así se les dice, así les decimos. Y no quiero que los niños dejen de jugar lo que juegan y ver lo que ven, no sería yo mismo si sugiriera semejante cosa. Tampoco culpo al Xbox de que haya violadores o “nalgueadores” de 8 años rondando por ahí. Aquí la cuestión es caer en la cuenta que la educación de la gente no se hace toda en la escuela. De hecho, yo diría que en la escuela más corregimos la conducta que los alumnos traen, antes que formarla o imponerla. Y ciertamente es fácil culpar a los docentes de las cosas que no nos gustan. Esto no sería incongruente si no se pasara por alto la responsabilidad que se evade en el cotidiano familiar del alumnejo. Así que por favor, madre de familia: la próxima vez que desee armar un pancho por sentir violada la seguridad emocional de su hijo, piense primero en las cosas a las que éste puede estar siendo expuesto en su propio nido. Y sí: su hijo también dice Nalgas, tal vez más de lo que usted o yo queremos pensar…

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13 Divertidísimas Incongruencias Sociales

PROLOGO

"Trece Divertidísimas Incongruencias Sociales" es una recopilación de 14 pequeños escritos sobre absurdos del cotidiano en esta ciudad, tal vez en este país, y tal vez también en este mundo completo. No lo sé porque los he escrito por mero entretenimiento, buscando ofrecer un punto de vista amorfista sobre cosas que van pasando aunque no deberían pasar en un entorno, digamos, más saludable (o más cercano al sentido común).

Se trata de ser un poco ácido, tantito sarcástico, pero puntual en situaciones bien sencillas. Quise quitarme de autores y libros y describir los fenómenos de la manera más cotorra posible. Como lo haría en una conversación cualquiera con cualquier otra persona. Harían falta los comentarios de los lectores para convertir el ejercicio en una conversación verdadera y darle validez al esfuerzo.

De momento, me conformo con que lo lean y sonrían o fruncan el cejo. Somos parte de esta sociedad y sus incongruencias; tal vez más que de sus aciertos. Yo solo escribo lo que pienso para que alguien más piense lo que escribo. Amén.

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domingo, 11 de abril de 2010

Cuando yo te digo llego...

No nos puede gustar todo. A mí me molesta, por ejemplo, que los investidos de autoridad la derrochen a madrazos contra el otro; que pierdan siempre los que ignoran que están perdiendo. Me molesta que no me digan la Verdad, que los autos rebacen el paso peatonal, que cuando ya dijiste basta te sigan diciendo "otra copita" y que la gente orine en la calle. Muchas cosas me molestan, pero solo algo me hace enojar: que me dejen esperando.

Mi filosofía y mi forma de vida son amigas de la idea de no generar espectativas. Generar espectativas es un ejercicio intelectual que desgasta, que emite energía en probables. Desde el momento en que alguien espera algo, derrocha energía que no se emplea en construir, sino en "espectar". No es que sea un desperdicio, porque no toda la energía debe ser usada para construir, pero es energía que se fuga del aquí y el ahora para permanecer indefinida en un evento latente. Pero cuando ese evento latente se posterga o no sucede, esa energía -ahora sí- se desperdicia.

Funciona así: fulanito le dice a menganita que llega a su cita (a su consulta, a su partido, a su casa, a su conferencia, a su...) a las X de la tarde. Desde en la mañana, menganita organiza su día y pone en marcha su energía, con la consideración (fuga) de que a las X viene fulanito. Pero a las X, no ha llegado. La conciencia de que llegará le hace poner doble interés en su espera. Y puede estar haciendo cualquier otra cosa, pero la fuga es grande de todos modos, porque esa espectativa se enfatiza. A las X:Y llega fulanito. No hay problema, no pasa nada (en la mayoría de los casos no pasa nada), pero el ejercicio de haber dejado a menganita esperando "Y" tiempo, si yo fuese menganita, resulta impresionantemente desconsiderado y molesto.

Y si no se llega, pero se dice que se va a llegar, peor. Si sucede eso, muy tarde o no se llega (máximo cuando no se avisa), y el tiempo que le dedicas en presencia o en espera a alguien se ve desperdiciado, molesta porque se pudo ocupar en otra cosa u otra persona, y no quedó en uno, sino en aquel a quien se espera.

Si se entiende bien el punto, pasa lo siguiente: si aguien es capaz de jugar con algo tan esencial como mi tiempo, podrá tomarse a la ligera cualquier otra cosa mía, y no merece la pena. Cuando yo te digo llego, llegaré. Y por eso exigo que cuando me digas "llego", llegues. Y cuando me digas hora, la respetes. Y si no puedes hacerlo, me avises. Se le llama cortesía, pero a algunas personas hay que explicárselo con manzanas y ecuaciones. Yo lo dejo por escrito, por las dudas...

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lunes, 5 de abril de 2010

Consideraciones desde la Media Naranja

Tres cosas incuestionables: 1) consumir limón y ajo ayuda a conservar una salud ejemplar 2) no importa cómo sea cada quien, siempre es elemental cierta estructura de orden para practicar la vida y 3) nada ha dañado más la salud y el orden del ser humano que la práctica de la convivencia en pareja.

Y aunque el tema resulta polémico porque simplemente a todo el mundo le incumbe, aquí algunas divagaciones de por qué la busqueda y mantenimiento de una relación de pareja es no solo el problema más común que afecta a toda civilización (particularmente occidental) sino también el más incomprendido y, si se quiere llegar muy lejos, el más innecesario.

Porque detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer... ¿Por qué?

Partamos de una idea general: la noción de que somos seres incompletos en búsqueda de ser complementados. Todas las cosmogonías que conozco (pasando por las prehispánicas, hebreas, nórdicas y orientales) tienen ese eje en común: el de un ser humano dividido y un sentido de vida orientado a integrarse con el otro. Después, una desviación occidental hacia nuestra era: ya no se trata de complementarse CON un otro, sino DESDE otro, PARA otro, EN otro...

De repente, nace la Media Naranja. Ese ente que no es uno mismo y que complementará al sujeto para su realización, felicidad y bla, bla, bla. Bla, bla... Conciente o inconcientemente, la búsqueda de esa Media Naranja es un común denominador entre casi todos los individuos que compartimos este planeta.
Alimentado el concepto con la configuración capitalista del Amor (así es, ese sentimiento magnánimo y todopoderoso es, hoy por hoy, más una construcción social que un genuino sentimiento); reificado el "medio-cítrico" por siglos de composta argumentativa que va de las damas y los caballeros a las princesas de disney; de Edward Cullen y Crepúsculo a las telenovelas de televisa; de las películas románticas y no tanto, a las configuraciones de éxito y familia de una sociedad cualquiera.
Pero aquí la parte más interesante: la Media Naranja NO EXISTE. Punto.
... y Dios puso a Eva frente a Adán y le dijo: Adán, escoge a tu mujer...
Cada persona, por diferente que parezca y sea, tiene una cantidad de nodos de identidad tremenda. El ser humano es -se ha hecho- una entidad complejísima. Ricamente compleja, a veces hasta complicada. Pretender que otra persona (una sola) sea capaz de "complementar" a otra cualquiera, no solo es mucho pretender, sino que además es una pretención estúpida. Vaya: nadie es suficiente para completar a nadie, en términos de uno-a-uno.
La realidad de las relaciones, aunque suene frío y feo, es que uno se relaciona con otros por conveniencia. Conveniencia en el mejor sentido: yo estoy contigo porque algo hay en ti que me conviene, y viceversa. El sentido de interrelaciones humanas se da a partir de esta premisa en todos los niveles. Las personas "nos caen bien" o "nos caen mal" en relación con los puntos de conveniencia que se empatan en una posible relación. Hay gente que cubre y satisface ciertas necesidades en uno mismo, y hay gente que no embona y ya. Pero pensar que una sola persona sea capaz de cubrir TODAS las conveniencias y necesidades o deseos o llámeles-como-usted-guste... no sucede con frecuencia. No sucede. No.
El problema es que la Media Naranja es el mito que nos hace creer que puede suceder. Y eso no es lo malo, como de costumbre lo malo es que te lo creas. Y lo creemos. La gente pasa la vida buscando, soñando con, la persona que sea esa media naranja. El problema con buscar es que se generan espectativas. El problema con las espectativas es que arrastran frustraciones. El problema con las frustraciones es que, de darte cuenta que tu "media naranja" ni es tan media ni es naranja, pasas a intentar que lo sea.
Y cada vez más tú, y cada vez más yo, sin rastro de nosotros...
Si a la ecuación se le agrega el factor "propiedad privada" tan propio de nuestra cultura, se tiene un berenjenal bien interesante. Cuando una relación debería ser una estructura de convivencia organizada, de pronto parece que se vuelve una estructura de propiedad y pertenencia. Ella es MI novia, y yo soy SUYO. Y ojo: no estamos hablando de amor, enamoramiento o afecto, sino de mera convivencia en principio. De "aceptarse", en este esquema, se pasa a "tolerarse"; y de ahí a "sugerir que se cambie", que se acomode el uno al otro. El de la personalidad más blandengue termina por sucumbir. Las relaciones exitosas se median así. Y mi pregunta siempre ha sido ¿exitosa para quién?
El apego se hace manifiesto. Con este panorama podemos hablar de posesión, celos, arranques de ira, matrimonios frustrados, infidelidad, despecho, manipulación, machismo/feminismo exhacervado, y un sinfín de condiciones harto familiares y que ha sido más sencillo entender como normales, cuando un simple cambio de enfoque (como en casi todo) podría hacer innecesaria siquiera su concepción en el plano meramente de la simple idea.
Ok sí... y a todo esto ¿entonces que pedo?
Como ya son muchas letras, resumiré mis consideraciones.
Uno debería aprender a complementarse en varias personas, sin esperar que una sola nos cubra por entero. Toda persona que pretenda que uno sea su complemento total, representa un riesgo en tanto la imposibilidad de su pretención implica la frustración de la integridad de ambos desde el principio. Claro que el punto da para una disertación enorme, que en alguna otra ocasión tendré tiempo de escribir y/o discutir.
Uno debe dejar de buscar a una sola persona para complementarse. En el proceso de "buscar" alguien ideal, tendemos a dejar pasar a muchos sujetos que potencialmente aportan parte de nuestra complementación; esa que en el principio marcaba como el sino de toda cultura en este planeta. Pongámoslo así: la "media naranja" está hecha de gajos. Muchos gajos.
Uno debe, finalmente, aprender a convivir en el sentido de que una relación signifique un crecimiento conveniente para dos individuos cooperando. No se trata nunca de una relación de propiedad. Si se alcanza la noción de desapego en las relaciones, se alcanza una manera de convivencia integral y productiva. No más celos, posesiones, pretenciones, manipulaciones, infidelidades, y tanta mierda que le conviene a los que comercian con el Amor y sus derivados como quien comercia con lacteos.
Fe de erratas...
Cada cabeza es un mundo. Cada pareja, otro aparte. Estas son consideraciones personales; un mundo de mi forma de pensar compactada en un post en un blog cualquiera. Falta y sobra demasiado, lo sé; y para nada quisiera hacer parecer lo aquí escrito como una verdad o un axioma. Es un mero debraye (¿se escribe así? ¿se entiende?) que en lo personal me ha servido, como le ha servido a los muchos por ciento que me han llevado a entender este mundo así, y que además es una propuesta interesante para quien no deja de preocuparse por asuntos del corazón.
No es que no encuentren la respuesta, muchas veces es que no nos han enseñado cuál es la pregunta que había que hacerse. Lo pone a uno a pensar. Lo cierto es que yo ya no sufro de amores desde hace tiempo, y todas mis relaciones se han vuelto hermosas. Cambias la forma de ver las cosas, y las cosas cambian de forma. Es así, lo importante es ser feliz. Así que busca un orden, deja de buscar a tu principe/princesa, date la oportunidad y come mucho limón y ajo. Salud y Suerte!


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jueves, 25 de marzo de 2010

Sudar la Vida

El que no suda está enfermo.

El sudor es un fluído de limpieza, el organismo lo saca de manera natural para purificarse. Es como orinar, cagar o eyacular. Y del mismo modo (si bien no en la misma medida) está catalogado como escatología y "es feo" hablar de esas cosas. Pero el que no saca la porquería que hay en el cuerpo, se muere. Así de fácil.

La gente no quiere sudar. Nos educaron para tratar de sudar lo menos posible. Las cosas que te hacen sudar son, a lo mucho, malas para el orden social. Uno debe aprender a vivir cómodamente y sin sudar: el sexo sigue siendo algo "sucio" en nuestro sistema de valores (en términos generales); es mejor trabajo el del traje y la supervición que el del obrero o chalán (sudas más, te pagan menos...), tener un auto es mejor que caminar para fines prácticos, y tener chofer es mejor aún que solo tener un auto.
Y he aquí que, independientemente de los beneficios del buen sudar (limpia el cuerpo, regula su temperatura, expulsa toxinas, hidrata la piel...), la onda se presta para una interpelación más filosóficamente interesante: sudar la Vida.
Para lo que nos resulta obvio por orgánico, es más feliz el que suda; el que sabe sudar. Uno deja de hacer muchas cosas porque "ensucian", pero la propuesta es simple: hazte sudar. Baila, baila mucho. Corre de vez en cuando, juega cuanto puedas cada vez que puedas. Disfruta del sexo más con el cuerpo que con la cabeza. Siente miedo, disfruta el miedo; el vértigo, la incertidumbre. Cuando te pidan tres kilómetros, camina cinco: suda! Porque al final el que no suda se muere, y donde haya sudor hay vida. La propuesta sigue siendo simple: vive.

Que otros se preocupen por inventarse antitranspirantes mentales en relación a lo que funciona o no funciona para el orden social. A nosotros, algunos de nosotros, nos debe tocar mostrar que no pasa nada. Quienes se encierran en la imposibilidad de no dejarse sudar, son como entes que se oponen a cagar. Todo lo que no sale del cuerpo se acumula (mierda, sudor, miedo, tristeza, odio, alegría, energía...). Y lo que se acumula en el cuerpo termina por llenarlo, a veces rebasarlo, siempre hiriendo. Las cosas, todas, deben salir de la mejor manera posible. El sudor es un vehículo agradable. Déjalo fluir.

Y no estoy escribiendo sobre sudar a lo pendejo, no olvidar que la interpelación es filosófica desde el principio: deja a la vida fluir, que la Naturaleza suda a través de nosotros.





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lunes, 8 de marzo de 2010

Creo, No Creo

No creo que la gente necesite algo en qué creer; creo que creemos que necesitamos.
Por mi parte, creo que creer es prescindible pero enriquecedor. Agobiante, estresante y (sin embargo) estimulante para el ejercicio de Ser y Hacer. Creer en algo nos permite avanzar pero, más allá de eso, sentir que avanzamos. Porque avanzar es inevitable, pero cuando se avanza a partir de una creencia cualquiera, el avance se hace nuestro, se manifiesta. Por eso -como un mero juego literario- un orden particular de creencias se hace llamar "Manifiesto".
Así pues: creo en La Verdad, aunque no la conozca ni crea poder hacerlo. Creo en La Vida y en la Lealtad. No en la verdad que se dice desde la lengua de cada uno, ni en la verdad que se presta a interpretaciones optimistas o pesimistas; o interpretaciones cualesquiera. No creo en la vida después de nada, ni en los valores que, como moscas, la rodean en el cotidiano. No creo en la lealtad que tiene un precio, o aquella que puede ser medida por parametros de comparación soportados en funciones. La Verdad, la Vida y la Lealtad: la misma cosa en su escencia última. Creo en lo esencial.
No creo en el Bien y el Mal, no creo en la moral ni en cualquier institución que proceda a partir de la manipulación de estos polos. No creo, entonces, en la educación civica, ni en la Iglesia, ni en el gobierno de derecha o de izquierda o tal. Creo en la gente, pero no creo en lo que la gente dice. Creo también en Dios, pero no en lo que Dios dice. Creo en lo que puede ser demostrado, pero siempre a partir de que su demostración sea concluyente en mi visceralidad.
Creo en el arte, no creo en el artista. Creo en el amor; pero no en mayúsculas, no en el absoluto y poderoso Amor que se ha ganado tanta popularidad desde que fuera inventado. Creo en la igualdad entre seres humanos; cada vez, no obstante, creo menos en eso de ser "seres humanos". Creo, por sobre toda práctica social, en el Sentido Común. No creo en el fanatismo, la hipocresía, ni los medios de comunicación. Creo en la educación por encima de toda institución educativa. Creo en la evolución de la energía, en el movimiento, en la voluntad. No creo en el destino.
No creo en mí ni aunque crea. No me creo. Pero sé que creo lo que escribo y no creo en nada que no se pueda escribir. Creo en el divino derecho de Ser como cada quien quiera, y creer en lo que cada quien crea. Porque así es como funciona, porque así es, así ha sido. Y creo que mi manifiesto es el eco de los antiguos, que nadie se hace solo o gracias a nadie.
Eso es lo que me permite avanzar. A veces hacia ningún lado, pero definitivamente creo que si se avanza lo suficiente se llega siempre a algún lugar. No creo en las metas, creo en los caminos.

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martes, 9 de febrero de 2010

El grosero arte de ser sincero

La doble moral, ese exquisito objeto de estudio de ciertos locos enamorados de las dinámicas sociales, tiene una delgadísima línea entre ambas "morales" que a veces es complicadísimo determinar. Por ejemplo: el himen interpretativo entre la sinceridad y la grosería, que degenera a su vez en la siempre confusa relación sutil-hipócrita.

Habemos personas adictas a la Verdad. Sentimos un desenfrenado placer y un gusto gigantesco por expresarla y recibirla. A veces, dicen los muchos, la Verdad duele. Y es probable que así sea, pero hay que estar atentos al hecho de que la Verdad no duele por sí misma, sino por la forma en que es recibida.

No, dicen de nuevo los muchos. No se trata de recibir la verdad sino de la forma en que se dice. Y esa es la membrana a la que me refería. Si eres sincero, directamente sincero, la gente te tilda de "grosero". Vaya pues, que si te preguntan "¿te gustó?" y dices "no" te dicen "¡qué grosero!" No grosero porque no te haya gustado, sino porque tienes que recurrir a un eufemismo para ser socialmente asimilado. "pues... estubo bien" "más o menos" "no del todo..." pero nunca un NO directo, porque eso es grosero. Independientemente de si no te gustó en absoluto. El argumento es que puedes decir las mismas cosas de una manera "sutil", que no sea hiriente.

El atributo de hiriente no lo tiene por sí mismo la respuesta ni la palabra. Sino el contexto. ¿De verdad es ofensivo hablar directamente? ¿Resulta tan grosero ser sincero a ronco pecho? ¿Necesitamos maquillar nuestras respuestas para no herir la suceptibilidad del otro? No, amigo mío, no es necesario. Lo que convendría es entrenar nuestras suceptibilidades para que no se hieran ante cuestiones tan fundamentales. Y las "cuestiones fundamentales" pueden ser tan profundas como se quiera.

Actualmente, cuidar el autoestima es importante. Conviene ser sutil en nuestra forma de relacionarnos. Los negros se lastiman si no se les llama afroamericanos; las putas no son putas, es grosero (llamémoslas sexoservidoras). Tu novia jamás se verá gorda, y el vestido que escogió se le debe ver bien siempre; aunque tu trabajo "pudo estar mejor", nunca está mal del todo. El autoestima en riesgo. La forma más baja de ser hipócrita, el mejor escudo para no ser grosero, la manera eufemista de ser sincero...

¿Y si cambiara la dinámica? Si pudieras preguntar "¿me veo gorda?" y te pudieran decir "sí, de hecho" y lo asimilaras como un "orale, estoy gorda" y san-se-acabó? La realidad es que el autoestima no se lastima por este fenómeno, sino porque nos han educado para que nos sintamos ofendidos por ello. Porque son "groseros". Pero una persona que pueda aceptar la sinceridad del otro con lo directo y crudo que puede ser, desde mi punto de vista, sería un autoestima elevada. Porque sería un autoestima sincero y no otro juguete de los muchos.

La dinámica no va a cambiar. Lo sabemos todos. Y los puntos de vista al respecto se pueden disparar al infinito y un debate salido de la nada puede llevar todos los minutos que se pueda querer. La Verdad es que, para los que amamos ser sinceros, nuestro mérito está más en saber recibir la Verdad que en pretender decirla. Y nuestra frustración viene de ahí, de que amamos recibir las cosas como son y nuestro contexto se empeña en disfrazar respuestas. ¿Quién es entonces el grosero aquí?

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