miércoles, 28 de julio de 2010

9. La Universidad es para los Caballos

Uno puede, gracias al ejercicio de nuestra libertad de expresión, manifestar sus opiniones y argumentos sobre cuánta cosa le venga a bien hacerlo. Incluso (y para bien de muchos) uno puede expresar sus opiniones, la expresión más baja del pensamiento, pese a no tener conocimiento pleno de las cosas de las que está hablando. Un servidor abusa de ese recurso en numerosas ocasiones, apelando también a la facultad de que el conocimiento pleno no siempre es necesario para que lo dicho diga algo, o algo signifique. Sobre todo en materia de ciencias sociales, en que la subjetividad de los participantes permite un rango más amplio en los criterios para manifestar las particulares ideas de la dinámica social. Es decir: cada quien tiene derecho de entender al mundo de cierta manera de acuerdo con las construcciones mentales que del mundo haga y, sean cuales sean, tiene el mismo derecho a expresarlas.

Pero hay ideas que por convencionalismo social se arraigan en las sociedades como su esencia; y cuando uno manifiesta opiniones adversas al respecto, se sabe (porque se sabe) que puede estar metiéndose en líos. No es lo mismo, digamos, hacer una crítica contra los inútiles programas de “bacheo” que el gobierno realiza inflando presupuestos al borde de lo asqueroso, que realizar una crítica de la igualmente ridícula estructura familiar de la sociedad mexicana. Al hablar de la Familia, la respiración se contiene un instante. El instante en que sabes que estás tocando cosas a las que tienes derecho de tocar, pero que no deberías. Autocensura social tácita; que aunque sea un tema harto interesante, no es de lo que este ensayo trata. Sírvase tan solo de introducción.

La educación en nuestro país es otro de esos temas de cuidado. Me explico: no es un secreto para nadie que la mayoría (por no decir todas) de las problemáticas sociales –corrupción, contaminación, vialidad, delincuencia y etcétera – devienen de un problema de la educación, su regulación e implementación por el propio Sistema. Hablar de las reformas que el sistema educativo debería tener para representar un impacto positivo en el devenir social es un tema recurrente y hasta cierto punto sencillo. Basándose en la premisa de que la educación es siempre necesaria. Contradecir esta última idea es meter la lengua al fuego; o la letra como es mi caso.

Uno debe estudiar el kinder, la primaria, secundaria y preparatoria (o bachillerato) para considerarse que tiene los estudios básicos. Mínimo necesario. Y nos brincamos el gran párrafo que hablaría de los pormenores que hacen de esta educación básica una mala inversión desde su programación y operación, para pasar a la educación “superior”: el meollo de esta indagación.

Después de la preparatoria se sigue la Universidad. La carrera para obtener un título de licenciado, ingeniero, arquitecto o tal. El primer problema es que en este país la noción es que INMEDIATAMENTE después de la preparatoria se DEBE acceder a la Universidad. Más letras al fuego: en un país donde la estructura familiar parece estar diseñada para criar parásitos y no entes productivos, el nicho familiar se transforma (en un buen número de casos) en un microcosmos insuficiente para ofrecer al individuo una perspectiva real de su orientación vocacional. Un gran número de estudiantes de bachillerato llegan a tercer año con la obligación de elegir una carrera aunque no tengan en claro su vocación porque (puede ser): a) no tienen en claro al mundo ni su función en el mundo fuera de las paredes hogareñas y lo que éstas le han dicho al respecto; o b) presión de los padres, herederos de la carrera de sus padres, y a su vez y a su vez… y basan su estudio vocacional en sus gustos y talentos, sus aficiones y demás, sin contemplar el espectro social en que opera cada carrera; y en fecha límite ingresan a la Universidad. Segundo problema –luego entonces-: altísimos índices de deserción escolar.

¿Qué tal un modelo europeo, en donde el estudiante al terminar su educación básica se toma un año sabático para viajar o conocer el mundo, y su ingreso a la Universidad se da cuando de verdad el individuo está conciente de su vocación y su función social?

Eso en tanto al momento de entrar a la Universidad. El momento de salir, amigo lector, es donde aparece la parte inusual del conflicto. Se sigue pensando que un título universitario representa una ventaja competitiva en la búsqueda de empleo. Y actualmente (a los hechos me remito) eso es una falacia. ¿Por qué? Porque en este país CUALQUIERA PUEDE SER LICENCIADO. Con 4 años de media chinga, suficiente dinero para pagar una escuela y un poquito de suerte, todos pueden ser titulados. Las escuelas son más un negocio que un organismo social, y un título no significa nada a nivel competencia laboral. Tiene trabajo y opciones el que tiene experiencia, el que inició a chingarle en la vida real desde segundo semestre y no el que tiene un título con mención a las buenas notas. El ritmo de la vida es así: los trabajos freelance y la administración del tiempo libre están resultando una mejor fórmula para producir que el modelo de empresa-empleado, tan infame ya. (Y pese a lo que digan Pepe y Toño...)

Conviene saber hacer las cosas, no saber las cosas que se hacen. Conozco en mi círculo social a personas que trabajan estable, ganan fijo y ganan bien (o ganan mejor), y muchos a penas tienen la prepa. Uno de esos amigos sentenció un día el título de este ensayo. Nunca me explicó por qué; tal vez ni siquiera él sabría por qué, pero me puso a pensar. Y a escribir. Y a pensar un poco más, sin contener el aliento.

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domingo, 4 de julio de 2010

10. Que le llaman Autoestima

(De 13 divertidisimas incongruencias sociales. Ver etiqueta...)
El cristal con que miro la Vida cambió (para ser lo que es ahora) desde el preciso momento en que me familiaricé con el concepto “sociedad de consumo”. Entonces la sociedad y su movimiento perpetuo, que siempre en la experiencia me ha parecido un movimiento absurdo y acelerado, empezó a tener sentido. Sentido, claro, a partir del consumo mismo; lo que para mí sigue siendo ridículo pero – mire qué cosa – enormemente interesante y a ratos hasta divertido.

Porque es innegable que la “sociedad de consumo” ha definido el ritmo de la vida y la gente. Es un sistema que infiere en la cultura de las personas, en su arte, su ciencia, su religión… y nadie puede hacer nada para solucionarlo porque, de hecho, no hay nada que solucionar. Es el ritmo natural de la dialéctica histórica. Baste con observar y apuntar anotaciones cotorras de los fenómenos que produce para saber sortearlos de la mejor manera. Y basta ya de introducción, pasemos a lo que sigue.

Hace apenas algunos siglos, la adolescencia no existía. Los seres humanos pasaban de la niñez al estado adulto inmediatamente, sin tener que sufrir la etapa de trastornos de la personalidad que actualmente tanto cuidamos: los reyes eran reyes desde los 12 o 14 años (recuerdo: no soy historiador ni psicólogo, nada más escribo para llegar a un punto; así que evitemos los purismos y las reclamaciones innecesarias) y las mujeres se casaban también de esa edad aproximada. El promedio de vida podía ser de 30 o 35 años. De modo que la adolescencia se inventó en fechas relativamente recientes, podría ser desde el XIX, habrá que documentarse…

El punto es el mismo: las sociedades se mueven y crean la adolescencia con todos sus atributos y pormenores. Hay gente en comunidades rurales (todavía) en que una niña de 14 años es perfectamente capaz de realizar labores domésticas, cuidar a su familia, su hogar, su tierra. Incluso, son perfectamente capaces de soportar condiciones climáticas inestables, o parir y criar a sus hijos. Y son felices… hasta que se les pone en comparación. Porque hay sociedades urbanas (muchas todavía) en donde una niña de 14 años es un ente indefenso ante las adversidades del mundo que necesita trato especial: toallas sanitarias especiales, jabón para los barritos, ropa de cierto color para el verano o para el invierno, shampoo teen, tenis teen, cine teen, fiestas teen, celular teen… porque las adolescentes aquí están en una etapa de su vida en que no están preparadas para vivir. Hay que hacerles un mundo teen.

No uso a “las” adolescentes con exclusividad. El fenómeno es el mismo para “los” adolescentes, y de hecho a lo que el punto desemboca es igual para adolescentes, niños o adultos. ¿En qué punto la niña rural de mi ejemplo no puede ser feliz? En la comparación, claro, con la niña urbana del mismo ejemplo. La que vive en TeenWorld es más feliz porque la sociedad de consumo se lo ha permitido. Y para ello, se inventó una palabreja que funciona como axioma en la vida moderna: le dicen “autoestima”.

Puede que una niña de 14 años en el pueblo pueda sonreír a pesar de tener que trabajar el campo cargando a su bebé y checando la comida para cuando llegue su marido. Pero no es feliz ¡oh no!, no puede ser feliz porque tiene 14 años, y a esa edad uno no debería ser mamá ni esposa ni trabajadora del campo. Cuando le expliquen, seguramente se dará cuenta de lo terrible que es su existencia y sentirá la necesidad de cambiar su estilo de vida para mejorar su autoestima.

¡Y esa es la trampa por fin! La sociedad de consumo se vale de la noción de ‘cuidar el autoestima’ para perpetuar su existencia. Para que puedas cuidar tu autoestima, primero debes sentir tu autoestima dañado. Y lo dañan porque es necesario que lo arregles. Así, un bombardeo de ideas y productos se mueven entre nosotros para recordarnos que debemos ser felices y sentirnos bien con nosotros mismos, PERO no podemos ser felices ni sernos suficientes. Se trata de buscar la manera de intentarlo, pero está prohibido lograrlo. Porque de lograrlo, ya no necesitaríamos comprar el deportivo que nos hará sentirnos mejor que el carrito que a penas tenemos, ni será necesaria la cajita feliz de McDonals, ni habrá por qué bajar esos 10 kilos que te faltan para ser la Barbie que siempre te han dicho que has querido ser. Tu novio o novia están bien, funcionan. Pero para que sea Amor, lo que se dice Amor, debe ser como Edward Cullen o Princesa Disney. Si no es perfecto como los modelos enésimamente repetidos por el sistema, entonces cuidado: estás incompleto, tu autoestima corre el riesgo de ser pisoteado.

Y si no, si tu autoestima está bien incluso al margen de los preceptos del consumo y sus maravillosos inventos, entonces se debe a que tienes algún desorden mental, una anormalidad social; o de plano es porque eres conformista: uno de los peores demonios que persigue esta sociedad emprendedora. Juegan con tu desarrollo vital de la misma manera en que se juega, por ejemplo, con la noción de “calentamiento global” (la nueva primicia en la onda de la manutención de la sociedad de consumo). ¿O no es incongruente que se les den premios sociales a las empresas grandes que apoyan las campañas de reciclado y cuidado al medio ambiente? Las mismas que se encargan de llenar de botellas la ciudad. Un montón de basura que, por ser reciclable, se gana los aplausos de sus consumidores, todos ellos a la vanguardia en el cuidado ambiental…

Yo creo en la aceptación de la Vida y de uno mismo y de todos los demás. Por mucho que insistan, no creo en lo que llaman “autoestima”. Ya es cosa de cada quien.

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