martes, 14 de septiembre de 2010

¡(Sobre)Viva México!

A más de un año de parafernalia y propaganda nacionalista por motivo del bicentenario, quise esperar lo más posible antes de escribir mi pesimista punto de vista sobre las formas de nuestra celebración. Esperé hasta el mero día, como desilusionado porque a la fecha lo escrito será una repetición formal de lo que se ha vuelto tristemente evidente.
Y es que ¿qué significa ser mexicano? Haber nacido en algún lugar geográfico entre Guatemala y Estados Unidos; así nomás. A quitarse de encima el choro de que el mexicano es cabrón, de que es chingón, de que se burla hasta de la muerte. A quitarse el choro aquel de la solidaridad y de la gente bonita; de la gente luchona que no se rinde, del "sí se puede", del "a tener lo que se deba aunque se deba lo que se tenga". La verdad es que no somos así. La verdad es que el atributo mexicano palpable es el de la cultura que nos ha traído aquí, donde la peligrosidad radica en nuestra alta capacidad para creer en "chaquetas mentales".
Somos solidarios, sí. Pero parece que necesitamos de un temblor que nos parta la madre para serlo y, cuando lo somos, nos podemos revolcar 20 años de 'crema al taco' porque lo fuimos y hacerlo patente de nuestra identidad nacional. ¿Qué queremos celebrar? Ciertamente no dos siglos de autoconvencernos de ser independientes, que si cien años después del primer 15 de septiembre se hizo necesaria una revolución fue porque algo andaba mal; y cien años después de esa mala revolución hay puente de 4 días y "Jetta Bicentenario". Y sin embargo, no importa qué tanto orgullo se haya logrado vender, México puede seguir diciéndose independiente pero no deja de saberse -de sentirse- que las cosas siguen mal. Y si las cosas SIGUEN mal entoces quiere decir que las cosas ESTAN peor.
Mi país es un país que no funciona. Un país donde querer hacer las cosas bien representa, cuando no una imposibilidad burocrática, una imposibilidad general. Es un país de corrupción, es un país de Televisa, un país de pasarse el alto y mentar madres. Es este un país de volarse el cambio, de ensuciar calles y rayar paredes; es un país del año de Hidalgo. Un país que no lee pero publica cada logro en la erradicación del analfabetismo; que sabe menos de impuestos que de escándalos de Lucerito. Donde una guerra entre Gobierno y Narco termina en empate por puro autogol. Lo sabemos porque si algo hay de triste en esta sociedad patria, es el morboso gusto de quejarse de México sin hacer nada al respecto porque nos gusta quejarnos o, en el peor de los casos, porque juega la selección o porque con el otro partido "nos iría todavía peor".
No importa en que "chaqueta mental" decida usted creer para no sentirse herido, la realidad está en todos los días que son y han venido siendo fuera del discurso del mentado bicentenario; fuera de la etiqueta que nos distinga como raza; fuera de la construcción mental del México lindo y querido. En bruto, como sociedad y como nación y como humanos, nos celebramos por mediocres y es un tributo a la insuficiencia y a la mediocridad.
Urge un cambio. Un cambio de actitud. Un cambio de iniciativa que no dependa de la Iniciativa México. Urge un cambio entre la banda con y para la banda. Urge un cambio desde adentro que se está dando y se nota, que algunos lo están (lo estamos) dando. Un cambio donde no haga falta un quince de septiembre para celebrarnos como nación aunque se haga entre colonos. Urge un cambio que el gobierno -a las pruebas me remito- simplemente no puede/no sabe/no quiere dar porque está de inicio mal planteado. Urge una revolución.
Ojalá después de embriagarse y gritar "Viva México" y celebrar se haga presente, como cruda de conciencia. Y ojalá no se quede en "¡ah sí es cierto!", sino que nos toque en vida tener tiempo para celebrar en el día a día algo de genuina identidad. Pero que valga la pena: sin sentir que nos estamos tomando el pelo con la izquierda y brindando con la derecha algo que no sabemos por qué queremos brindar.

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