martes, 17 de mayo de 2011

De los tramposos

Primero, este escrito sonará a ardido por el contexto. Pero siga leyendo, prometo hablar en serio de un fenómeno general y, al final, podría estar de acuerdo conmigo.


El contexto es así: había una vez un jueguito en internet con el que los amigos de red social competíamos cada semana por entrar en el ranking de medallas de los tres primeros lugares; un jueguito de destreza. Siempre fui el segundo lugar, abajo del poderoso marcador de mi hábil hermano. Todos, pues, nos divertíamos. Pero de repente Irma Sosa, la directora artística de la empresa turística con aire teatral Puebla Legendaria y su sobrino (y escribo nombres porque siempre he creído que, al igual que con los valientes, a los cobardes también hay que nombrarlos en voz alta) ocupan un programita que hace que el minuto que los afanados jugadores tenemos para hacer nuestro mejor puntaje, en su caso se haga más lento y genere muchos más puntos. Trampa. Motivado por el coraje de los tramposos, publiqué en su perfil mi descontento y jugué y jugué hasta lograr mi primer primer lugar. La respuesta no pudo ser más digna del chiquero: borró mi mensaje de queja y superó por el doble mi mejor puntuación. Haciendo trampa...


Palabra de ardido. Pero todo eso me puso a pensar en lo terrible que resulta ser tramposo. Es decir, supongamos que estamos jugando monopoly con un amigo mío que usted no conoce hasta este momento. Mi amigo comienza a hacer trampa, roba dinero del banco, cobra más renta de lo que le tocaría, engatuza y confunde a los demás jugadores hasta orillarlos a perder. Después de esa noche ¿estaría usted interesado en hablar seriamente de negocios con mi hipotético amigo? No. O si el equipo de futbol del barrio y sus 8 talentosos jugadores se enfrentaran al Real Madrid, y éste jugara con 13 jugadores y árbritos españoles... ¿valdría de algo su segura paliza?


Existe una cuestión elemental de honor, algo que a través de los juegos refleja la personalidad y el impulso más genuino de las personas. Nos hacemos por los juegos, crecemos y maduramos por los juegos que jugamos. Si en un simple juego te comportas de manera desleal, ERES desleal en la práctica. No es una exageración. Y supongo que depende de la prioridad que cada quien tenga. En el caso de Irma Sosa, por ejemplo, tal vez su prioridad es acumular una cantidad inimaginable de puntos en el jueguito en cuestión, de tal manera que sea el primer lugar categórica e indiscutiblemente. Vale: sus 300 millones de puntos contra mi humilde millón doscientos lo dejarán claro. No le importa el ranking, la competencia, la diversión: lo que ella quiere es, simplemente, ganar pese a todo y pese a todos. Yo, que procuro pensar más bien en lo divertido de la competencia, en tener lo que merezca y esforzarme a lo pendejo por superar mi habilidad en el jueguito, lo mejor que pude hacer es, simplemente, eliminar a Puebla Legendaria y su podrida ambición de mi lista de amigos y continuar jugando.


Eso hacemos - y es sano - con los tramposos: dejamos de jugar con ellos. Al menos yo; porque quien es tramposo en los juegos es tramposo en la vida. El honor de una persona no distingue de tamaños. Si para ganar un juego estás dispuesto a hacer trampa, estarás dispuesto a hacer trampa para ganarte la vida. No tienes honor, sin honor no eres leal. Sin lealtad no eres confiable y sin confianza no te mereces ser llamado amigo. Al final, aunque en un duelo de habilidad sin trucos pueda despedazar a Irma Sosa en el jueguito, la medalla de oro sigue siendo suya, y eso es injusto en todo sentido. No importa si estamos jugando pokar o tetris, o si estamos haciendo leyes en el congreso, pagando o cobrando impuestos. No importa: los tramposos apestan a soberbio, a inhumano, a culero. A lo que huele un país como el nuestro cuando te asomas a su coladera de corrupción, desigualdad e injusticia. No es la respuesta dejar de jugar con los tramposos. La respuesta es procurar que cada vez haya menos y menos. Y, en su lugar, que se multiplique la gente que disfruta de jugar para ver si gana, y no para ganar con "el juego es lo de menos"


Revaloremos al honor de las personas, el sentido humano y competitivo. Como juegas vives, si te das cuenta a tiempo que esta hermosa, estresante y divertida Vida es, también, solo un jueguito.


Y a los tramposos del mundo, con nombres y detrás de sus máscaras: yo los vomito.

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