jueves, 25 de marzo de 2010

Sudar la Vida

El que no suda está enfermo.

El sudor es un fluído de limpieza, el organismo lo saca de manera natural para purificarse. Es como orinar, cagar o eyacular. Y del mismo modo (si bien no en la misma medida) está catalogado como escatología y "es feo" hablar de esas cosas. Pero el que no saca la porquería que hay en el cuerpo, se muere. Así de fácil.

La gente no quiere sudar. Nos educaron para tratar de sudar lo menos posible. Las cosas que te hacen sudar son, a lo mucho, malas para el orden social. Uno debe aprender a vivir cómodamente y sin sudar: el sexo sigue siendo algo "sucio" en nuestro sistema de valores (en términos generales); es mejor trabajo el del traje y la supervición que el del obrero o chalán (sudas más, te pagan menos...), tener un auto es mejor que caminar para fines prácticos, y tener chofer es mejor aún que solo tener un auto.
Y he aquí que, independientemente de los beneficios del buen sudar (limpia el cuerpo, regula su temperatura, expulsa toxinas, hidrata la piel...), la onda se presta para una interpelación más filosóficamente interesante: sudar la Vida.
Para lo que nos resulta obvio por orgánico, es más feliz el que suda; el que sabe sudar. Uno deja de hacer muchas cosas porque "ensucian", pero la propuesta es simple: hazte sudar. Baila, baila mucho. Corre de vez en cuando, juega cuanto puedas cada vez que puedas. Disfruta del sexo más con el cuerpo que con la cabeza. Siente miedo, disfruta el miedo; el vértigo, la incertidumbre. Cuando te pidan tres kilómetros, camina cinco: suda! Porque al final el que no suda se muere, y donde haya sudor hay vida. La propuesta sigue siendo simple: vive.

Que otros se preocupen por inventarse antitranspirantes mentales en relación a lo que funciona o no funciona para el orden social. A nosotros, algunos de nosotros, nos debe tocar mostrar que no pasa nada. Quienes se encierran en la imposibilidad de no dejarse sudar, son como entes que se oponen a cagar. Todo lo que no sale del cuerpo se acumula (mierda, sudor, miedo, tristeza, odio, alegría, energía...). Y lo que se acumula en el cuerpo termina por llenarlo, a veces rebasarlo, siempre hiriendo. Las cosas, todas, deben salir de la mejor manera posible. El sudor es un vehículo agradable. Déjalo fluir.

Y no estoy escribiendo sobre sudar a lo pendejo, no olvidar que la interpelación es filosófica desde el principio: deja a la vida fluir, que la Naturaleza suda a través de nosotros.





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lunes, 8 de marzo de 2010

Creo, No Creo

No creo que la gente necesite algo en qué creer; creo que creemos que necesitamos.
Por mi parte, creo que creer es prescindible pero enriquecedor. Agobiante, estresante y (sin embargo) estimulante para el ejercicio de Ser y Hacer. Creer en algo nos permite avanzar pero, más allá de eso, sentir que avanzamos. Porque avanzar es inevitable, pero cuando se avanza a partir de una creencia cualquiera, el avance se hace nuestro, se manifiesta. Por eso -como un mero juego literario- un orden particular de creencias se hace llamar "Manifiesto".
Así pues: creo en La Verdad, aunque no la conozca ni crea poder hacerlo. Creo en La Vida y en la Lealtad. No en la verdad que se dice desde la lengua de cada uno, ni en la verdad que se presta a interpretaciones optimistas o pesimistas; o interpretaciones cualesquiera. No creo en la vida después de nada, ni en los valores que, como moscas, la rodean en el cotidiano. No creo en la lealtad que tiene un precio, o aquella que puede ser medida por parametros de comparación soportados en funciones. La Verdad, la Vida y la Lealtad: la misma cosa en su escencia última. Creo en lo esencial.
No creo en el Bien y el Mal, no creo en la moral ni en cualquier institución que proceda a partir de la manipulación de estos polos. No creo, entonces, en la educación civica, ni en la Iglesia, ni en el gobierno de derecha o de izquierda o tal. Creo en la gente, pero no creo en lo que la gente dice. Creo también en Dios, pero no en lo que Dios dice. Creo en lo que puede ser demostrado, pero siempre a partir de que su demostración sea concluyente en mi visceralidad.
Creo en el arte, no creo en el artista. Creo en el amor; pero no en mayúsculas, no en el absoluto y poderoso Amor que se ha ganado tanta popularidad desde que fuera inventado. Creo en la igualdad entre seres humanos; cada vez, no obstante, creo menos en eso de ser "seres humanos". Creo, por sobre toda práctica social, en el Sentido Común. No creo en el fanatismo, la hipocresía, ni los medios de comunicación. Creo en la educación por encima de toda institución educativa. Creo en la evolución de la energía, en el movimiento, en la voluntad. No creo en el destino.
No creo en mí ni aunque crea. No me creo. Pero sé que creo lo que escribo y no creo en nada que no se pueda escribir. Creo en el divino derecho de Ser como cada quien quiera, y creer en lo que cada quien crea. Porque así es como funciona, porque así es, así ha sido. Y creo que mi manifiesto es el eco de los antiguos, que nadie se hace solo o gracias a nadie.
Eso es lo que me permite avanzar. A veces hacia ningún lado, pero definitivamente creo que si se avanza lo suficiente se llega siempre a algún lugar. No creo en las metas, creo en los caminos.

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