jueves, 26 de agosto de 2010

8. De Piratas, Mojados y Gobiernos Fracasados

(De "13 divertidísimas incongruencias sociales". Ver etiqueta...)
Los discursos sociales llegan y, en su movimiento, fundamentan las ideologías: esas formas de ser y hacer dominantes que determinan a cierta sociedad como diferente de cierta otra. En la acción social hay conductas que se representan como “inconvenientes” para el bien común del resto de la sociedad. Tienden, pues, a ser ilegales. Como el comercio de narcóticos (tabaco y alcohol, ¡oh fortuna!, exentos de la etiqueta), el tráfico de órganos, el asesinato pasional (y otros especímenes de asesinato). Pero también detalles no tan generales como la prostitución, la eutanasia, el aborto, la piratería, la inmigración o cítese-aquí-el-que-se-le-ocurra.

Por contravenir a convencionalismos sociales, las acciones ilegales se asumen como peligrosas (crímenes) y son perseguidas por el orden público para mantenerse a sí mismo. Cosa sana, si nos ponemos a pensar. Imaginemos lo frustrante que debe ser saber que la persecución de los malos del cuento, al sistema, le sirve tan solo en tanto tal: en la persecución y nunca en la reducción o el control del fenómeno. Como si las cosas malas fueran malas nada más para que la gente tenga sobre qué diseñar sus estructuras morales, tenga de qué hablar, tenga algo que querer solucionar. Y de solucionarlo, se acaba el juego y la cosa se pone seria. Nos ponen, pues, a jugar. Porque al Sistema no le gustan las cosas “serias”.

Viene a cuento, por ejemplo, la famosa piratería: distribución ilegal de productos (en este caso películas y álbumes musicales) por personas dedicadas a copiar masivamente y distribuir artículos por encima de los derechos de autor y permisos de distribución. Los dan, por supuesto, mucho más baratos que los originales y cada vez con una calidad más cercana a ellos. ¿Es mala? Digamos que sí: digamos que es un crimen que atenta contra la industria del espectáculo y bla, bla, bla.

Gobierno entonces se encarga de hacerle saber a la ciudadanía que la piratería es un crimen que se castiga con muchos pesos de multa e incluso alcanza prisión. La piratería es un delito entonces, está mal comprar películas piratas porque (aludiendo a la más barata y ridícula propaganda cursi y mocha) “las películas piratas se ven mal, pero tú como papá te ves mucho peor”. Chale, al menos pudieron hacer una campaña manipuladora menos pedante que el involucre de la imagen paterna… ¡pero funciona! ¿Funciona?

Siempre he defendido la idea de que en la educación de la sociedad está el cambio. Si se quiere acabar con el narcotráfico, conviene iniciar con educar a los compradores potenciales en vez de cazar a los distribuidores minoristas o mayoristas. Aunque el narcotráfico es tema de otro ensayo, úsese para ampliar la perspectiva del tema: en vez de tratar de controlar la adquisición de drogas, se quiere castigar su distribución. Matanzas, decapitados, ajustes de cuentas, miles de curiosidades que le dan en la madre a la inocente sociedad civil de por medio. No ha funcionado. Con la piratería se intenta lo contrario: el que está mal, el delincuente, eres tú: comprador de piratería, consumidor irresponsable. Controlemos el flujo de piratería educando a los compradores. Ok, cierto es que conviene modificar los mensajes con los que pretenden abarcar el problema, porque “tenemos un papá pirata” o el anuncio del cuate al que no le reciben su currículum por tener una peli pirata… bueno, no convencen del todo. Al menos no a su servidor y a otros con más dedos de frente.

¡La cuestión es que hay puestos de piratería en las calles! Personas del comercio informal que pagan sus impuestos y las rentas de un local que se dedica a exhibir y vender piratería. Y aunque el gobierno nunca cesa en su discurso de decir que la piratería es un crimen y que daña la sana estructura de una sociedad civilizada, pues tampoco parece poner mucho de su parte a la supresión del libre ejercicio de la ilegalidad en público. Gobierno incoherente para sociedad incoherente.

Multiplicado por miles, la inmigración es un fenómeno semejante. Abandonar tu país y entrar sin permiso en otro es traición a la patria. Estrictamente hablando, un indocumentado (¡ojo con el término!) perdería sus derechos de ciudadanía en el país que abandona y violaría la soberanía del país al que se cuela. Por eso se les dice “ilegales”. Y es –era, debía ser- un delito. El control de la inmigración es un fenómeno raro. Gobierno dejó de perseguir al delincuente, lo llamó paisano, y vela día y noche en las agendas del Ejecutivo por controlar dignamente el fenómeno de la inmigración. Que los dejen pasar sin hacerles daño, paisanos, que no se las armen tanto de tos. No sea así con un cabrón guatemalteco tratando de pasar a México, porque Migración acude a sacar a esos delincuentes parasitarios del suelo nacional a toda costa. En el sur está mal visto, de aquí pa’l norte está bien…

¿Por qué? Pues porque esos delincuentes mojados mandan dinero a México. Porque el comercio informal, aunque sea ilegal en ocasiones, hace que el dinero fluya sin consumir recursos de producción. Porque al gobierno le conviene. Entonces lo incoherente es seguir insistiendo en el discursito de la peligrosa ilegalidad donde, si uno se sienta a escribir en torno a tal, el gobierno solo termina apareciendo como incompetente en el control y fracasado en el intento. Frustrante ir jugando a tener crímenes que se yerguen como males necesarios, que se representan como “Guatemala” ante “Guatepeor”. ¿Pero qué hacerle? ¿Sigue estando mal, o el que está mal es uno? Las cosas que hay que ver…

Leia Mais…

jueves, 5 de agosto de 2010

Hacia una filosofía del desapego II

Dice Gerardo Aldana Martínez: “lo primero que hay que erradicar de nuestras mentes es la idea, extremadamente arrogante, de que somos el centro del cosmos. Los humanos existimos como una más de las múltiples formas vivientes que han hollado la faz de la tierra. Al igual que el resto de los seres vivos, pereceremos como especie, así lo revela la evidencia evolutiva. ¿Qué soberbia nos hizo pensar que somos para siempre?”

Aunque en su contexto original la cita (de un artículo que publicó en Algarabía de Julio 2010) versaba sobre el ambientalismo y tal, la idea me resultó encantadora para la filosofía del desapego que tanto me atrae. Y es verdad: de las millones de formas de vida conocida que existen y han existido en este planeta, pareciera que el ser humano es el único que insiste en creerse con el derecho (a ratos hasta con la obligación) de ser para siempre.

Porque sigue siendo una cuestión antropocéntrica brutal, en tanto se insiste en no escribir sobre el “fin de nuestra especie” sino sobre el “fin del mundo”. El día que el ser humano se extinga, deberá ser porque el mundo entero – el universo entero – así lo haga. Nos resulta inconcebible que la vida pueda seguir sin nosotros y aún más: hemos tenido que inventar la vida eterna, algo más allá del episodio terrenal en que vivimos, ante nuestra insistente necedad de perdurar pese a todo.

No es tan difícil trasladar el asunto de lo general a lo particular, ya no como especie sino como individuos interactuando sobre una concepción determinada de la vida. Conceptos que se me ocurren: conservación de la especie, instinto de supervivencia, apego a la vida. Del último me ocupo en esta ocasión.

No es sencillo desapegarse de La Vida. Como en el escrito anterior sobre el tema ya lo había puesto en claro, desapegarse no significa desprenderse o sentir indiferencia hacia algo, sino entender que es un algo finito y que se acaba y punto. Disfrutar, dejarse afectar por lo que en el proceso de estar a desaparecer pueda pasar, podría ser el fin último de una filosofía del desapego.

Contrario a la noción religiosa (escribiría “católica” pero me parece que más religiones comparten esta noción) en que la vida terrenal es solo un puente con una Vida Eterna que hay que merecer y por la que hay que padecer en un mero acto de fe ante lo desconocido, este desapego sugiere que la Vida hay que vivirla mientras dura, por lo que dure. Como llegó se irá, se está yendo (uno comienza a morir desde que nace), y si después sucede o no cualquier cosa ya no es asunto nuestro. Tal vez sea demasiado frío tratarlo de entender cada quien sobre su propia vida, pensemos entonces en el apego a la Vida de los otros: los que desarrollan un vínculo personal con cada uno.

Esa gente con quien se genera una relación de estima, empatía o emociones varias; con quien se tiene un vínculo significativo como los amigos, los hermanos, los esposos, hijos, padres, hasta los profesores o conocidos que de alguna manera significan algo para un individuo. Desapegarse a ello, entender que son finitos y se acaban –acabarán- y punto. Sigue sin ser fácil, pero es más comprensible que entrar directamente a tratar con la vida propia. La muerte llega y termina la vida; la Vida sigue. “Los que nos quedamos” lloraremos al difunto, velaremos por él, le pondremos monedas en los ojos, lo quemaremos en un bote en el río, o lo que la tradición dicte. Lo extrañaremos. Pero es importante hacer tangible un desapego porque quedarse en el rito fúnebre, o en las emociones propias de un rito fúnebre, no ayuda a nada sino a hacer que ‘los que nos quedamos’ nos quedemos muertos en vida.

Y sin llegar a la muerte, porque si yo estoy escribiendo esto y usted lo está leyendo entonces ninguno de los dos la conoce realmente, el apego a las personas es análogo en toda relación. Perder a un amigo por circunstancias determinadas, terminar con una pareja, un matrimonio, despedir en el aeropuerto al amigo de la infancia… sigue costando trabajo dejarlo ir. Lo usual para la filosofía de este Sistema es apegarse, aferrarse, padecerlo. El miedo a la Soledad es la fobia con más patrocinadores en el mercado, la idea de que somos seres incompletos y NECESITAMOS a otro para completarnos (base de la concepción del Amor que sigue rigiendo al mundo) no te prepara para desapegarte de las cosas materiales, de la materialidad de esas cosas que nos hacemos llamar personas.

Es un miedo infundado. Basta con apreciar a la Vida por sí misma; basta con dejar que la relación con las personas afecte como debe afectar, lo que deba afectar, sabiendo que terminará y, cuando termine, no pasa nada. No quedarse llorando la muerte de Fulanita en luto de por vida, ni dejar de creer en el amor o maldecir a los hombres porque la relación falló; ni tomarse en serio lo de “el amor de mi vida” con cada nueva relación. Vivir es más que suficiente. Entender esto es una cosa; practicarlo, otra. Lamentablemente no hay otra manera más pura de entender el desapego que entenderlo desde aquí.

Paremos pues de sufrir. Vivamos tantito sin tanto desmadre. La ventaja es que aquí sí es inevitable: con las cosas materiales, inanimadas, el desapego se siente mucho más voluntario. Pero con las cosas vivas, la Vida funciona y punto. Aunque no quieras desapegarte tendrás que terminar haciéndolo (“estaba en Dios” o “solo Dios sabe por qué hace las cosas” es el reconocimiento de esta realidad que se escucha en un funeral, por ejemplo) porque aquí la Vida te lo quita y sólo dependerá de ti qué tan pronto puedes asimilarlo como lo natural que es el juego. Ella se desapega de ti, tú nomás puedes ver cómo te lo tomas. La opción A es leer lo escrito y pensar “loco pesimista”. La opción B la sobreentiendes, si te pones a pensar.

Leia Mais…