Uno puede, gracias al ejercicio de nuestra libertad de expresión, manifestar sus opiniones y argumentos sobre cuánta cosa le venga a bien hacerlo. Incluso (y para bien de muchos) uno puede expresar sus opiniones, la expresión más baja del pensamiento, pese a no tener conocimiento pleno de las cosas de las que está hablando. Un servidor abusa de ese recurso en numerosas ocasiones, apelando también a la facultad de que el conocimiento pleno no siempre es necesario para que lo dicho diga algo, o algo signifique. Sobre todo en materia de ciencias sociales, en que la subjetividad de los participantes permite un rango más amplio en los criterios para manifestar las particulares ideas de la dinámica social. Es decir: cada quien tiene derecho de entender al mundo de cierta manera de acuerdo con las construcciones mentales que del mundo haga y, sean cuales sean, tiene el mismo derecho a expresarlas.
Pero hay ideas que por convencionalismo social se arraigan en las sociedades como su esencia; y cuando uno manifiesta opiniones adversas al respecto, se sabe (porque se sabe) que puede estar metiéndose en líos. No es lo mismo, digamos, hacer una crítica contra los inútiles programas de “bacheo” que el gobierno realiza inflando presupuestos al borde de lo asqueroso, que realizar una crítica de la igualmente ridícula estructura familiar de la sociedad mexicana. Al hablar de la Familia, la respiración se contiene un instante. El instante en que sabes que estás tocando cosas a las que tienes derecho de tocar, pero que no deberías. Autocensura social tácita; que aunque sea un tema harto interesante, no es de lo que este ensayo trata. Sírvase tan solo de introducción.
La educación en nuestro país es otro de esos temas de cuidado. Me explico: no es un secreto para nadie que la mayoría (por no decir todas) de las problemáticas sociales –corrupción, contaminación, vialidad, delincuencia y etcétera – devienen de un problema de la educación, su regulación e implementación por el propio Sistema. Hablar de las reformas que el sistema educativo debería tener para representar un impacto positivo en el devenir social es un tema recurrente y hasta cierto punto sencillo. Basándose en la premisa de que la educación es siempre necesaria. Contradecir esta última idea es meter la lengua al fuego; o la letra como es mi caso.
Uno debe estudiar el kinder, la primaria, secundaria y preparatoria (o bachillerato) para considerarse que tiene los estudios básicos. Mínimo necesario. Y nos brincamos el gran párrafo que hablaría de los pormenores que hacen de esta educación básica una mala inversión desde su programación y operación, para pasar a la educación “superior”: el meollo de esta indagación.
Después de la preparatoria se sigue la Universidad. La carrera para obtener un título de licenciado, ingeniero, arquitecto o tal. El primer problema es que en este país la noción es que INMEDIATAMENTE después de la preparatoria se DEBE acceder a la Universidad. Más letras al fuego: en un país donde la estructura familiar parece estar diseñada para criar parásitos y no entes productivos, el nicho familiar se transforma (en un buen número de casos) en un microcosmos insuficiente para ofrecer al individuo una perspectiva real de su orientación vocacional. Un gran número de estudiantes de bachillerato llegan a tercer año con la obligación de elegir una carrera aunque no tengan en claro su vocación porque (puede ser): a) no tienen en claro al mundo ni su función en el mundo fuera de las paredes hogareñas y lo que éstas le han dicho al respecto; o b) presión de los padres, herederos de la carrera de sus padres, y a su vez y a su vez… y basan su estudio vocacional en sus gustos y talentos, sus aficiones y demás, sin contemplar el espectro social en que opera cada carrera; y en fecha límite ingresan a la Universidad. Segundo problema –luego entonces-: altísimos índices de deserción escolar.
¿Qué tal un modelo europeo, en donde el estudiante al terminar su educación básica se toma un año sabático para viajar o conocer el mundo, y su ingreso a la Universidad se da cuando de verdad el individuo está conciente de su vocación y su función social?
Eso en tanto al momento de entrar a la Universidad. El momento de salir, amigo lector, es donde aparece la parte inusual del conflicto. Se sigue pensando que un título universitario representa una ventaja competitiva en la búsqueda de empleo. Y actualmente (a los hechos me remito) eso es una falacia. ¿Por qué? Porque en este país CUALQUIERA PUEDE SER LICENCIADO. Con 4 años de media chinga, suficiente dinero para pagar una escuela y un poquito de suerte, todos pueden ser titulados. Las escuelas son más un negocio que un organismo social, y un título no significa nada a nivel competencia laboral. Tiene trabajo y opciones el que tiene experiencia, el que inició a chingarle en la vida real desde segundo semestre y no el que tiene un título con mención a las buenas notas. El ritmo de la vida es así: los trabajos freelance y la administración del tiempo libre están resultando una mejor fórmula para producir que el modelo de empresa-empleado, tan infame ya. (Y pese a lo que digan Pepe y Toño...)
Conviene saber hacer las cosas, no saber las cosas que se hacen. Conozco en mi círculo social a personas que trabajan estable, ganan fijo y ganan bien (o ganan mejor), y muchos a penas tienen la prepa. Uno de esos amigos sentenció un día el título de este ensayo. Nunca me explicó por qué; tal vez ni siquiera él sabría por qué, pero me puso a pensar. Y a escribir. Y a pensar un poco más, sin contener el aliento.
Pero hay ideas que por convencionalismo social se arraigan en las sociedades como su esencia; y cuando uno manifiesta opiniones adversas al respecto, se sabe (porque se sabe) que puede estar metiéndose en líos. No es lo mismo, digamos, hacer una crítica contra los inútiles programas de “bacheo” que el gobierno realiza inflando presupuestos al borde de lo asqueroso, que realizar una crítica de la igualmente ridícula estructura familiar de la sociedad mexicana. Al hablar de la Familia, la respiración se contiene un instante. El instante en que sabes que estás tocando cosas a las que tienes derecho de tocar, pero que no deberías. Autocensura social tácita; que aunque sea un tema harto interesante, no es de lo que este ensayo trata. Sírvase tan solo de introducción.
La educación en nuestro país es otro de esos temas de cuidado. Me explico: no es un secreto para nadie que la mayoría (por no decir todas) de las problemáticas sociales –corrupción, contaminación, vialidad, delincuencia y etcétera – devienen de un problema de la educación, su regulación e implementación por el propio Sistema. Hablar de las reformas que el sistema educativo debería tener para representar un impacto positivo en el devenir social es un tema recurrente y hasta cierto punto sencillo. Basándose en la premisa de que la educación es siempre necesaria. Contradecir esta última idea es meter la lengua al fuego; o la letra como es mi caso.
Uno debe estudiar el kinder, la primaria, secundaria y preparatoria (o bachillerato) para considerarse que tiene los estudios básicos. Mínimo necesario. Y nos brincamos el gran párrafo que hablaría de los pormenores que hacen de esta educación básica una mala inversión desde su programación y operación, para pasar a la educación “superior”: el meollo de esta indagación.
Después de la preparatoria se sigue la Universidad. La carrera para obtener un título de licenciado, ingeniero, arquitecto o tal. El primer problema es que en este país la noción es que INMEDIATAMENTE después de la preparatoria se DEBE acceder a la Universidad. Más letras al fuego: en un país donde la estructura familiar parece estar diseñada para criar parásitos y no entes productivos, el nicho familiar se transforma (en un buen número de casos) en un microcosmos insuficiente para ofrecer al individuo una perspectiva real de su orientación vocacional. Un gran número de estudiantes de bachillerato llegan a tercer año con la obligación de elegir una carrera aunque no tengan en claro su vocación porque (puede ser): a) no tienen en claro al mundo ni su función en el mundo fuera de las paredes hogareñas y lo que éstas le han dicho al respecto; o b) presión de los padres, herederos de la carrera de sus padres, y a su vez y a su vez… y basan su estudio vocacional en sus gustos y talentos, sus aficiones y demás, sin contemplar el espectro social en que opera cada carrera; y en fecha límite ingresan a la Universidad. Segundo problema –luego entonces-: altísimos índices de deserción escolar.
¿Qué tal un modelo europeo, en donde el estudiante al terminar su educación básica se toma un año sabático para viajar o conocer el mundo, y su ingreso a la Universidad se da cuando de verdad el individuo está conciente de su vocación y su función social?
Eso en tanto al momento de entrar a la Universidad. El momento de salir, amigo lector, es donde aparece la parte inusual del conflicto. Se sigue pensando que un título universitario representa una ventaja competitiva en la búsqueda de empleo. Y actualmente (a los hechos me remito) eso es una falacia. ¿Por qué? Porque en este país CUALQUIERA PUEDE SER LICENCIADO. Con 4 años de media chinga, suficiente dinero para pagar una escuela y un poquito de suerte, todos pueden ser titulados. Las escuelas son más un negocio que un organismo social, y un título no significa nada a nivel competencia laboral. Tiene trabajo y opciones el que tiene experiencia, el que inició a chingarle en la vida real desde segundo semestre y no el que tiene un título con mención a las buenas notas. El ritmo de la vida es así: los trabajos freelance y la administración del tiempo libre están resultando una mejor fórmula para producir que el modelo de empresa-empleado, tan infame ya. (Y pese a lo que digan Pepe y Toño...)
Conviene saber hacer las cosas, no saber las cosas que se hacen. Conozco en mi círculo social a personas que trabajan estable, ganan fijo y ganan bien (o ganan mejor), y muchos a penas tienen la prepa. Uno de esos amigos sentenció un día el título de este ensayo. Nunca me explicó por qué; tal vez ni siquiera él sabría por qué, pero me puso a pensar. Y a escribir. Y a pensar un poco más, sin contener el aliento.