Ser profesor de secundaria es el mayor placer que mi vocación me ha dado. Tener enfrente de mi discurso a hombres y mujeres en una etapa de su vida tan decisiva y tan trascendente sobre el presente que les espera, el que de algún modo depende de ellos.
Me encanta, pues, trabajar con adolescentes. Porque me encanta observarlos, ir descubriendo de qué diferentes maneras el mundo los va a corromper.
Porque los adolescentes tienen la cabeza llena de cosas que ya reconocen como válidas, pero que desconocen por completo. El espíritu mesiánico de querer cambiar al mundo, de creer - pero a manera de certeza, no de fe - en causas a veces hasta utópicas. En algunos casos, idealizando escenarios probables de ecología, arte o política; en algunos otros, experimentando con la apatía, los gadgets, o los balones de fútbol. Resulta increíblemente interesante ser testigo de la forma en que sus cabezas se abren al experimentar el mundo, de como sus ideas e ideales van mutando al ir desnudando a la Vida, al introducirse lenta y orgánicamente al Sistema Social (así con mayúsculas...)
Entonces sus ideas se van desmoronando. Comienzan a frustrarse, a entender que salvar al mundo toma más tiempo del que les enseñaron a pensar, que los roles sociales se han diseñado para perpetuar ciertas dinámicas de incomunicación. Comienzan a ver que no es suficiente ser bueno en el futbol para ser futbolista, ni que es tan importante desarrollar talento para entrar a Televisa. El mundo (porque así está diseñada la Vida, así opera el crecimiento humano) les va cambiando el color de los lentes hasta que terminan por desaparecer, y el mundo entonces es mucho más grande. Y mucho más difícil. Y mucho más rápido. Y mucho más mundo.
Entonces, según he observado, pueden pasar tres cosas cuando el adolescente termina por crecer: se suma a los numeros que engrosarán las listas de estadística de estrés, depresión, obesidad o suicidio; que curiosamente son las mismas listas que miden la felicidad de ser totalmente palacio, ingresos, impuestos, éxito y calidad de vida en la gigantesca sociedad de consumo. Esto sucede mucho, muchísimo, y es por eso que las otras dos maneras de corrupción se vuelven una alternativa.
Están los que no terminan por alterar sus ideales adolescentes, sino enfatizarlos y volverse reaccionarios. Votan por seguir a contracorriente. Son tremendamente peligrosos para el orden establecido, y son (por supuesto) los que suceden en menor porcentaje. Los etiquetan de "locos", "inmaduros" o "rebeldes" en su contexto, pero son los que terminan por llamarse Ghandi, Martin Luther King, Nelson Mandela, Ernesto Guevara y miles más que nunca salieron en un periódico pero que provocan cráteres en la sociedad; aunque sean de corto espectro. Sin embargo, insisto, siguen siendo minoría.
Son superados por otro orden que parte de la misma idea, pero que es controlado a tiempo por el orden establecido, dada su peligrosidad. Entonces se generan individuos tibios, snobs y pseudointelectuales; o bien reaccionarios freelance, apáticos y adictos a la disfunción narcotizante. Admiradores idólatras de los "locos" del párrafo de arriba, fanáticos. Artistas pretenciosos o críticos de closet, que no proponen nada porque con estar en contra es suficiente. Son los punk que se visten y se saben su discurso contracultural, pero que trabajan en McDonalls medio tiempo.
Y esos desenlaces se obtienen después del proceso de ser adolescente. Ser educador supone ser parcialmente responsable de las cosas que en el camino el sujeto va a adquirir para respaldar las experiencias que le darán forma al crecer. La educación, sin embargo, está adminstrada de tal manera que esas herramientas que los educadores han de dar, a manera de cachetadas disimuladas de la Vida, sean herramientas orientándose a generar ciudadanos que quepan, y jueguen, en el orden sociopolítico dominante. Que caminen para el lado en que está caminando el mundo, por los intereses que sean y de quien sean, incluso si no son de ellos mismos.
Y ante tal panorama, en que como educador debes trabajar sobre discursos prefabricados y "avalados" por la escala moral y las buenas costumbres, uno no puede más que tratar de entender las causas por las que la corrupción de los espíritus adolescentes le dan continuidad al mundo sobre el que los adolescentes de la próxima generación tendrán que disernir. Cierto es que a veces me gusta tomarme la licencia de cambiar el discurso de las ideas con que puedo impactar a algunos alumnos, o a alguna persona cualquiera, como si diera una cachetada al aire sin querer que golpee a nadie; y siempre quien esté preparado en ese lugar y tiempo para recibirla, pondrá la cara en el trayecto.
Y es lo hermoso de trabajar con adolescentes: estar ahí para formar parte - como espectador o como influencia o como conocido - de la corrupción de sus ideales para su futuro impacto en el mundo, un mundo que no deja de apasionarme.