domingo, 13 de junio de 2010

11. Fábula del Peatón Agradecido

Esta es la ciudad, y se divide en conductores y peatones. Los unos, medio forzados por las distancias y los tiempos cada vez más superpuestos al orden del caos que hace a la ciudad Ciudad, se ven en la necesidad de tener un vehículo automotor que facilite las cosas. Los otros, aunque quisiéramos, no llevamos auto.

No es fácil para ninguno de los dos “especímenes” el movimiento constante y fluido en la orbe. Conducir un auto, de repente, saca lo peor de uno mismo: el tráfico intenso, los semáforos caprichosos, los oficiales de tránsito que fastidian más de lo que ayudan, las manifestaciones, los embotellamientos, el estúpido de enfrente que no arranca lo suficientemente rápido cuando le dan el verde y se hace acreedor a una serie de silbidos de claxon; los camioneros haciendo abuso de poder, las estacionadas en doble fila, los que dan vuelta desde el carril incorrecto, los limpiaparabrisas necios, los baches, los mecánicos rateros, los rateros en general, los autos más rápidos que te retan a arrancones y ponen a prueba la virilidad propia, y todo lo demás. Todo se vuelve estrés y más estrés para los conductores, y las calles se saturan de mal humor y cláxones desenfrenados.

Y los peatones: pues lo mismo, pero desde abajo. Y además de lidiar con todo ello, también lidiamos con el conductor estresado multiplicado por millones.

Vamos a ser muy claros: tener un auto no te hace ni mejor ni peor ciudadano. Es decir que peatones y choferes tenemos el mismo derecho de emplear el espacio público en igualdad de condiciones. Sin embargo, para quien va sentado tras el volante, le parece evidente que tiene más derechos o (de hecho) más poder sobre los otros tantos que no lo tienen. Incluso a veces sobre los que tienen otro auto menos potente, grande, bonito o caro. La realidad es que el estrés y el caótico día a día de las calles de la ciudad se origina en la falta de educación vial. Los automovilistas no parecen estar dispuestos a respetar una regla intuitiva de civilidad básica, fundamentada en el respeto (mínimo necesario) y el sentido común. Pero eso es algo ya decidido, algo que todos sabemos (lo que me causa risa, ya entrado en materia, es darme cuenta que todos nos damos cuenta de ello y la acción más recurrente es simplemente decirnos “chin, sí está del asco” y seguir padeciendo diario). La parte que encaja en esta serie de Incongruencias viene precisamente de lo mismo pero desde el otro lado: la falta de educación vial de los peatones.

El vehículo es el peligroso. Si uno pasa tranquilamente por la calle y un conductor irresponsable decide acelerar para ganar un amarillo tardío, el riesgo de daño entre tu cuerpo y su defensa (inclusive que su posterior proceso legal) no es equiparable. Sale perdiendo el peatón. Pero hay una opción: cruzar por el paso de cebra. Para aquellos peatones que acostumbran ahorrar tiempo cruzando la calle por donde se deje, el famoso “paso de cebra” es como se le conoce a ese espacio en las esquinas de las calles que están pintados con diagonales y nada discretas líneas amarillas o blancas, y que tienen por finalidad establecer un espacio por donde el peatón debe cruzar tranquilamente sin riesgo de ser atropellado por un conductor distraído.

Ahora bien: si los automovilistas respetaran el paso de cebra, la cosa tendría sentido. Pero la fábula del peatón agradecido es un fenómeno más bien general. Un tipo pasa por el paso de peatones, y un auto se detiene justo detrás de la línea. El peatón pasa frente al vehículo y, con una característica mueca con la mano (palma arriba, casi de frente a la cabeza, inclinada levemente hacia arriba al tiempo que la cabeza se agacha sencillamente) agradece al automóvil su cortesía. ¿Por qué agradecer al conductor algo que debería hacerse por un mínimo sentido de civilidad? Valdría la pena agradecer a un vehículo que se frena a punto de volverte mermelada por cruzar una avenida desde el centro, toreando al destino como suele hacerse de este lado del mundo (del otro no sé). Pero agradecer a un vehículo que de por sí tendría que respetar el paso peatonal – PEATONAL, de peatón, el que no tiene auto – habla de que la educación vial no solo no es acatada por los automovilistas, sino que además es nulamente exigida por los peatones. Y eso es lo peor del asunto.

Pareciera que el peatón agradecido es un ente que se mueve por la ciudad gracias a que los vehículos y sus conductores se lo permiten. Cruzas la calle por que te dan permiso, viajas en la ruta X porque el chofer te está haciendo un favor, no te han atropellado porque tienes mucha suerte, o porque te han tocado conductores benévolos. Pero no es así. No es así. La educación vial también es cuestión de los de abajo. Si el chofer del microbús va manejando cual cafre, debemos entender que no nos podemos quedar callados y decir “ni modo”, porque no nos está haciendo un favor. El transporte público es un servicio que pagamos por usar, y tenemos el derecho de exigir que se de un servicio adecuado. No agradecer a quien te da el paso en el cruce peatonal, antes exigir que el que rebase la línea no invada el espacio destinado al peatón. Eso es educación vial, y no se va a reflejar hasta que los que estamos en desventaja empecemos a exigir que se refleje.

No soy idiota: sé que no es fácil reeducar a todo el sistema vial. Solo sugiero que, como peatones, aprendamos a respetar la vialidad y – después – exigir que seamos respetados en la misma medida. Nada de ser agradecidos con los otros, nada de decir “chin, sí está del asco”. Se trata, como se dijo al principio, de ir igualando condiciones.

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