miércoles, 19 de agosto de 2009

En San Manuel se dice "buenos días"

La ciudad de Puebla es un pueblote o una ciudadcita, creciendo como toda ciudad a pasos inhumanos (nótese la doble connotación de lo afirmado).
Como la ciudad crece, el ritmo de vida se dispara. Las distancias se vuelven enormes, el tráfico se hace insoportable y de a poco el gérmen que nos roba lo humanos para hacernos agentes de consumo se hace más grande que la civilización o la noción que de ella quedaba. Y la gente, en consecuencia, se vuelve desconfiada.
Recuerdo que cuando era niño me gustaba ir a casa de mi abuela en la colonia San Manuel. San Manuel, para contextualizar, era (es) una colonia de "gente vieja" y "familias bien". No de dinero, sino de valores familiares y sociales lo suficiéntemente arraigados como para darle a toda Puebla la imagen de "mochos" que a pulso se ha ido ganando. Me gustaba ir, pues, porque me encantaba el hecho de salir a comprar tortillas o lo que fuese con mi abuela, y ver cómo cada persona que se cruzaba en nuestro camino intercambiaba un "buenos días" sin el menor problema.
Resultará insignificante, pero en aquellos años - y aquestos años también - me resultaba increíble que la gente pudiera saludarse sin conocerse, como rutina provinciana (o de pueblo) y signo de la buena fe. San Manuel era, también, una de las colonias más seguras de Puebla.
Paraíso artificial, fuera de las ancianas malhumoradas regañando a quien pisara el parque aunque para eso fuera hecho, el poder sentirte en una colonia como si toda la colonia estuviera de acuerdo contigo. Razón de más para confiar en la gente; y cuando confiabas en la gente, la gente confiaba en ti. No nos sabíamos nuestros nombres, pero el "buenos días" era la manera de llamarnos entre nosotros. A veces nos veríamos solo una vez y no nos acordaríamos de nuestro rostro, pero el "buenos días" nos aseguraba un cachito de certeza de que era un rostro de humano. Y era suficiente.
Crecí, más despacio que la ciudad misma, quizá. Y cuando me emancipé decidí irme a vivir a San Manuel. Porque en San Manuel, pensé, se dice "buenos días". Aquí vivo y he de decir que no es cierto: la ciudad se tragó a mi colonia querida. Es, finalmente, lo mismo que casi todo. La gente ya no saluda, como en casi cualquier parte. El aire de desconfianza impera, la gente se cambia de lado de la calle desde que te ve venir si no te ves como quisieran verte. Si te escuchan caminar detrás de ellos aceleran el paso (¡y ve que no tengo tanta facha de malandrín!) y peor: si les dices "buenos días" puedes obtener dos respuestas 1) que te vean como bicho raro, te barran con la mirada y caminen más rápido o 2) te responden "buenos días" con cara de "ora qué pedo?". Peor la segunda respuesta.
Por mi parte, observo y escribo lo que voy sintiendo: que adentro traigo al humano por encima del ciudadano, que la desconfianza encontrará tantas excusas (que la inseguridad, que la trata de blancas, que los robachicos, que los racistas, que los mormones, que los...) como posibilidades encuentra, si se rasca, la hermandad; que no hacer daño, a veces, dejó de ser suficiente para ser buena persona - al menos, que es lo peor, desde el punto de vista del "otro".
Yo sigo diciendo "buenos días" y, por excepción a la regla, a ratos encuentro quien contesta. Y después de la sorpresa le brillan los oclayos como si resumiera la esencia de lo que aquí vine a escribir. Y, cómo no, entonces sonrío.

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